La Habana, Cuba. – Una y otra vez repitió: “¿Por qué bajan las cortinas? Tengo frío, dejen que entre el sol hasta aquí”; después murió, el 26 de agosto de 1926, el ídolo del cine silente; Rodolfo Valentino apenas rebasó los 31 años.

Los días finales transcurrieron en el Hospital Policlínica de Nueva York, operado con urgencia de apendicitis y úlceras gástricas; poco antes de fallecer, escribió a una amiga: “La vida es una carrera de obstáculos”, y luego: “Lo importante es tener una semilla siempre a mano y un surco e ir sembrando vida nueva para cuando faltemos”.

Tras la intervención sobrevino una pleuresía, una inflamación infecciosa y una peritonitis; Rodolfo Valentino hacía la versión macabra de su primer éxito en el cine: Los cuatro jinetes del Apocalipsis.

En su entierro, unas 100 mil personas presentaron sus respetos en las calles de Manhattan.

El ídolo

Desde la pantalla grande y sin escuchar su voz, pocas mujeres dejaron de amarle en el secreto de los sueños; a Rodolfo Valentino, el ídolo, le bastaba el entorno de los ojos, una fugaz sonrisa, la inflexión gentil en el saludo, para provocar aleteos del corazón.

En el artista de origen italiano fue pasión el baile, abriéndole las puertas del Maxim, en el Nueva York de 1913; después vino el hallazgo para la pantalla grande, y en la fama también ayudaron los sonados matrimonios y divorcios que protagonizó.

Símbolo sexual de la década del 20, es considerado la primera estrella de Hollywood, meca donde los empresarios le llamaron Latin Lover y Gran Amante.

Charles Chaplin dijo de Rodolfo Valentino: “Como actor obtuvo fama y distinción; como amigo impuso el amor y la admiración; los de la farándula silente perdemos con su muerte a un hombre de trato exquisito”.