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De los primeros en incorporarse a la guerra estuvo José Maceo Grajales, aquel mulato de recia estampa y estirpe como de rayo, que nació el 2 de febrero de 1849 y vivió media centuria atravesada por los rigores de tres contiendas.

Al León de Oriente, el poeta Manuel Navarro Luna lo llevó a versos magníficos: “Siempre lo vio el primer resplandor del machete, siempre estuvo en el puesto primero de la sangre”.

De soldado, llegó a general, y cada ascenso estuvo signado por la impronta de una herida; en más de mil 500 acciones de guerra, su cuerpo recibió una veintenade impactos.

Hombre indispensable en la historia cubana, el general José Maceo Grajales protagonizó una leyenda internacional por su fuga desde una prisión de Cádiz, las estancias en cárceles de Puerto Rico, África y Europa, hasta una evasión definitiva para llegar a Cuba.

Dos hermanos

Conocidos son la admiración y el respeto que se tenían los hermanos Antonio y José Maceo Grajales; uno era el Titán de Bronce, el otro, el León de Oriente.

Cuentan que José siempre se subordinó a Antonio, aún cuando no compartiera sus decisiones y de esa relación hay anécdotas; una es que luego del combate de Peralejo, el Titán decía: “Si yo tengo allí a José, cojo a Martínez Campos.

El hombre del Zanjón escapó de la tremolina porque no estaba allí José”. Otra es que luego de la batalla de El Jobito y del contraataque de José Maceo, en el campamento fue el encuentro; el León dijo a su hermano: “Yo no sé por qué te figuras que no sirvo para mandar cuando tú estás, aquí te traigo un tute de caballos”, ese era su trofeo.

Antonio Maceo afirmó de sus hermanos José y Miguel y del mambí Policarpo Pineda, que fueron los hombres más valientes que conoció durante la primera contienda.