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Nos llamamos humanos. Nos proclamamos la especie viva privilegiada por contar con el don de la inteligencia. Sin embargo, hay que admitir con absoluto sonrojo que si el mundo de hoy exhibe desastres y angustias masivas es precisamente, y en alta medida, por la propia mano del hombre.

Desgraciadamente las grandes civilizaciones fueron creadas sobre el avasallamiento de otros, una pretendida “costumbre” que algunos quieren justificar con el principio natural de que unos animales devoran a otros.

Solo que lo inocultable es que, aquello que en los presuntos seres inferiores es principio básico de supervivencia, en nuestro caso responde a ambiciones, prepotencia y delirios de grandeza y exclusividad personal o grupal, por desgracia convertidos en política y doctrina oficiales.

Principios fundamentales.

El tema relativo al catastrófico estrago que ciertas actitudes del hombre han causado y causan a la sociedad y el entorno, ha llevado a algunos a hablar de que aún vivimos en la pre historia.

Con ello se significa que las políticas y actuaciones prepotentes, agresivas, ambiciosas, cínicas e inmorales que han caracterizado y caracterizan a personas, grupos, partidos y en ocasiones a comunidades enteras, han sido más dañinas que ciclones, terremotos, inundaciones y otros sismos naturales.

Esclavitud, guerras, explotación del ajeno, sometimiento forzoso, masacres, odios infundados y apetencias sin frontera, marcan tenebrosos hitos en el devenir del hombre.

Y lo peor es que a pesar de tan amargas experiencias,  los embates de toda esa burda carga aún siguen renovando los dislates.

Del cambio.

Ciertamente, vale indicar en favor de nuestra especie que también han existido y existen gente y conglomerados que no comulgan con los promotores de la denominada pre historia, entendida como expresión de actitudes destructivas e irracionales en materia de convivencia global.

Y justo son esas fuerzas las que en estos días empiezan a marcar ritmos más fuertes y decisorios en el contexto mundial, un buen signo que merecería todo el respaldo y el desarrollo posibles, porque su triunfo puede dar curso al escenario cualitativamente superior que requiere el planeta.

No obstante, hay que estar claros de que el ascenso en calidad no está exento de riesgos ni desafíos, y que hay que hilar muy fino y muy firme para que las ambiciones desmedidas y locas desaparezcan.

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