La Habana, Cuba. – Aunque sin experiencia ni estudios militares, no caben dudas, de que José Martí fue el artífice de la contienda por la independencia Cuba.
Su capacidad organizativa, su liderazgo político y su concepción acerca del significado de Cuba en el mundo de su tiempo y en el futuro cercano, convirtieron sus planes y acciones para impulsar una tercera lucha armada en la Isla en el paso incial de un vasto proyecto libeador de alcance universal.
Calificar de necesaria la guerra fue, por un lado, sagaz manera de combatir los criterios opuestos al empleo de las armas porque ellas causan muerte y destrucciones y, por otra parte, el imprescindible sostén racional y emotivo del patriotismo de quienes aspiraban a una nación libre del dominio colonial.
Los sistemátìcos análisis martianos demostraron que la monarquía hispana NO permitiría cambios favorables a los intrereses cubanos, necesitados de marcos diferentes.
Guerra contra un sistema
Parece un contrasentido hablar de una contienda armada amorosa cuando esta significa la muerte de quienes la ejecutan.
Justamente en su argumentada necesidad, José Martí sostenía el inevitable costo de fallecimientos que ella traería, costo menor, no obstante, a mediano y largo plazo, de lo que significaba mantener el sistema colonial, cuyo carácter explotador beneficiaba solo a los sectores privilegiados de la metrópoli y a una élite de la colonia.
La guerra martiana era el camino para la verdadera prosperidad en favor de todos los cubanos y hasta para los españoles de trabajo asentados en el país.
Ninguna alma piadosa la puede apetecer, escribió Martí; por ello, añade: habría que ordenarla de modo que con ella venga la paz republicana y no sean justificables ni necesarios los trastornos sufridos por los otros pueblos de América, llegados a la independencia sin la pericia política requerida.
La guerra del orden por una República distinta
Trazar los amplios objetivos de la guerra fue para Martí el modo de convencer acerca de su necesaria utilidad. El propósito de tomar las armas significaba para el Maestro impedir el estallido colérico, la rebelión improvisada y desesperada ante los desmanes de la colonia.
Por eso llamó una y otra vez, y trabajó por preparar la guerra, tanto desde el punto de vista de los recursos requeridos como del actuar conjunto de los patriotas. Y tal fue el sentido del Partido Revolucionario Cubano, de hecho también una escuela para la república distinta que diseñó.
Esa organización fue vehículo de unión e ideas compartidas; de formación para la guerra y el futuro de una república de paz y trabajo; de atención a los sectores populares, mayoritarios y desposeídos; para promover la independencia de Puerto Rico y desde ambas islas impedir la expansión de Estados Unidos hacia el sur.
La guerra martiana
El 8 de diciembre de 1894, al firmar el Plan de Alzamiento junto a los representantes del General en Jefe, Máximo Gómez, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano entregaba a los patriotas organizados en Cuba la decisión de fijar la fecha exacta del levantamiento.
Al darles tal responsabilidad demostraba su criterio de organizar cuidadosamente el movimiento armado. Comenzada la guerra, las emigraciones y el Partido se convertirían en su retaguardia y sería en el teatro de la contienda donde se tomarían las dispocisiones hasta llegar al triunfo.
Por eso Martí vino a Cuba; era necesario que la guerra fuera organizada y transcurriese con igual sentido de unidad, previsión y objetivos que durante su preparación.
La guerra debería conducir a la República nueva y continuar el proyecto martiano de liberación nacional, antillana y continental.