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Es una tendencia bastante habitual, que afecta principalmente a los más jóvenes, considerada como el hábito de demorar tareas importantes, suplantándolas por otras más placenteras pero menos necesarias.

La persona se siente mal porque no está haciendo aquello que debería. Este comportamiento es muy prevalente en la población estudiantil, sobre todo en los adolescentes. Entre 80 y 90 % de los jóvenes procrastina en algún momento, y esto tiene un efecto adverso en el rendimiento académico.

Diversas investigaciones comprobaron que la acción de procrastinar está vinculada con la edad. Una variable que influye es que a partir de la adolescencia los lóbulos frontales cerebrales inician un proceso de desarrollo que culmina al final de la juventud.

Ese desarrollo cerebral permitiría entender por qué cuando la persona se convierte en adulto deja de procrastinar.