“(…) Nunca hubiese imaginado entonces que esa piel de seda pura y esa cara de novia que cualquier madre quisiera para su hijo estarían a la venta como un vestido, un perfume, un par de zapatos (…)

Cartas recogidas en una sociedad y publicadas para advertencia de otras. En el año 1782 salió a la luz el primero de los cuatro volúmenes de ese libro, que los lectores reconocen más rápidamente por el nombre Amistades Peligrosas.

Con el segundo título, la obra maestra del escritor y militar francés Choderlos de Laclos ha recorrido el mundo, pero el primero, desde el olvido, brinda una de las mejores lecciones para quien se atreva a contar una historia: la narración es –o debiera ser- una clase universal, para que cada quien se lleve una enseñanza útil en el tiempo presente y en el futuro.

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A veces los matices más oscuros de la sociedad asustan y uno cae en el error clásico de preguntarse adónde vamos a parar cuando está en presencia de lo inesperado, que no por conocido, deja de sorprender.

Con la luz del día, enfrente de los transeúntes, sin un ápice de vergüenza, un señor de canas y arrugas en la frente le propone “trabajo” a una desconocida, o más bien dicho, se lo propone a una mujer sin nombre, porque en el fondo, el señor conoce bien a quien busca: una jovencita, preferentemente de piel oscura (aunque todo vale) menudita, universitaria, que se exprese bien.

“No hay que hacer nada malo”, dice antes de que se le pregunte, poniendo la coletilla que siempre antecede a las propuestas obscenas. El trabajo –dice como todo un experto en relaciones públicas- es servir de damas de compañía a unos extranjeros y aclara acto seguido, que “los acompañados” son jóvenes.

Para quien escucha la cara de asombro se dibuja sola, porque nadie espera que mientras camina por la acera un señor mayor le llame, con el tono típico de quien necesita ayuda con una dirección, para invitarte a jugar el papel de una muñeca de trapo.

Por supuesto, el monólogo incluye un balance de los precios del mercado, oferta, demanda, rebajas, cobros de impuesto, en fin, un panorama completo de las ventajas de ser un objeto de entretenimiento, que se usa cuando se quiere, que se presta y que finalmente, se bota o se cambia por otro.

Cuando el soliloquio concluye, la espectadora deja escapar una carcajada formada entre los nervios y la indignación y entonces, por primera vez, se dispone a dialogar –“Si el trabajo es tan noble, tan sano y bien remunerado, por qué no se lo propones a tu hija o a tu nieta, que seguramente debe ser de mi edad”. El señor no responde, sigue su camino, seguramente, en busca de los cuerpos reciclables que necesita.

De todos los caminos posibles, el señor escogió ir por el mundo abriendo las puertas hacia un túnel que no tiene fin, que se oscurece más en cada tramo y que con cada paso que se dé adentro, el regreso es casi imposible. Pero no se quedó ahí, decidió ir detrás de quienes tienen toda una vida por delante para tropezar, resbalar, caer y levantarse, de quienes tienen la oportunidad de un amor, de una familia.

Quizás eso sería lo realmente deplorable, que una persona trate de corromper con migajas a una generación que lo tiene todo para triunfar, incluyendo la fuerza para romper barreras y viejos esquemas.

Tristemente, muchas caen en la tentación y se convierten en Las Flores desechables de Rosa Miriam Elizalde. Y aunque el estado cubano lucha contra el fenómeno, con resultados muy alentadores en comparación con las estadísticas a nivel mundial, los resultados no siempre son los más alentadores.

Hay que hablar de educación, de autoestima, de situación económica, de valores porque las causas de ese fenómeno son múltiples, pero la verdad es que, en la soledad de un cuarto oscuro y con la cabeza en la almohada, debe ser muy duro para las muñecas de la noche, voltear la mirada y ver el camino recorrido.