La Habana, Cuba.- ¿Se ha valorado alguna vez en toda su magnitud el efecto potenciador de valores que ejerce el exilio en los hombres excepcionales?, pregunta el historiador y periodista Miguel Macías.
Será el Bolívar de Jamaica que no tiene cómo pagar el cuarto de una precaria pensión, lo que no impide que asuma una nítida concepción del universo americano.
Será el Juárez que arriba desterrado a Cuba en 1853 y no tiene a veces para un bocado de pan, y trabaja de tabaquero por unos pocos centavos. ¿No es la amargura del exilio que abarcará 24 de los 42 años de su vida donde se integra y amasa en lúcida pobreza el genio formidable de José Martí.
Son ejemplos a los que aduce Macías para ilustrar a hombres que, aún fuera de la patria y en amargas circunstancias, se engrandecieron.
Con paso firme
El 7 de julio de 1955 arriba Fidel a México; baja la escalerilla del avión con paso firme y con una maleta con menos ropas que libros. Así comenzaba el exilio del líder revolucionario, apunta el periodista Miguel Macías. Desde su llegada a casa de María Antonia, considerada como una madre para los moncadistas, lo apremia coordinar con sus compañeros y otros jóvenes que se van sumando, el plan para reiniciar la lucha.
Cuando pueda reconstruirse con detalle el capítulo del agónico exilio revolucionario de entonces, se comprenderá con cuánta abnegación y sacrificios se pavimentó el camino hacia la victoria, escribió entonces. Al salir de Cuba,
Fidel había dejado escrito: Volveremos cuando podamos traerle a nuestro pueblo la libertad y el derecho a vivir decorosamente, sin despotismo y sin hambre.