En buena parte del mundo, las políticas privatizadoras y otras medidas derivadas de la globalización neoliberal, como el intercambio desigual, son las culpables de que hoy existan más de 800 millones de hambrientos.

Según un informe del Fondo de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, publicado hace 2 lustros, el hambre debía ser eliminada a razón de 22 millones de personas que salieran de tal situación cada año.

Ese hubiera sido el único modo de cumplir el objetivo propugnado en la Cumbre Mundial de la Alimentación, en 1996, de reducir a la mitad la cifra de subalimentados para el año 2015.

Sin embargo, Ni siquiera un tercio de los hambrientos del mundo logró salir cada año, en ese período, del infierno que presupone la falta de alimentos para la subsistencia humana.

El desarrollo no encuentra soluciones

Otra arista del problema de los subalimentados en el mundo es que cada día muchas personas descienden al escalón de la pobreza absoluta, tras privárseles de su asidero laboral o de la seguridad social básica.

Pero, si el volumen de hambrientos no creciera, todavía serían necesarios más de 60 años para lograr la meta esbozada en 1996, durante la Cumbre Mundial de la Alimentación, de reducir a la mitad el número de subalimentados en el mundo.

Recuérdese que tal cifra sobrepasa hoy los 80 millones de seres humanos. Cada vez se hace más evidente que el desarrollo no encuentra soluciones, pues la pobreza crece debido, entre otras causas, a la concentración cada vez mayor de los productos financieros.

También crece porque, en la mayor parte del mundo, prevalecen doctrinas económicas tendentes a la eliminación de la cooperación multilateral.

Con voluntad política

El compromiso de los países más ricos de entregar el 0,7 porciento de su producto interno bruto, como contribución al desarrollo, no se cumple hoy ni a la mitad en la mayoría de los casos.

Unida a esa irrisoria contribución del mundo desarrollado a las economías más débiles, se encuentra el fenómeno de la desertización que afecta a más de 300 millones de personas.

Alrededor del 30 por ciento de la población mundial sufre de malnutrición y más de la mitad de las enfermedades que aquejan hoy al planeta se pueden atribuir al hambre y a la ingestión desequilibrada de vitaminas y minerales.

Cerca de 30 mil millones de dólares anuales se requerirían, adicionalmente, para reducir a la mitad el número de hambrientos. Para ello debe existir, primero, la voluntad política de los más poderosos.