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Holguín, Cuba. – Yénifer y Diango se preparan en casa, este fin del verano, para descubrir nuevos amigos y aprender todo lo posible de sus maestros cuando reabran las escuelas con el curso escolar que se inicia.

Como parte de la tradición, la familia busca asegurar lo necesario, incluidos los nuevos uniformes escolares que, felizmente, están disponibles para ellos por comenzar en preescolar él y ella en quinto grado.

Entretanto, el resto de los estudiantes de primaria, secundaria y nivel medio superior continuarán con el vestuario de reglamento que conserven, excepto los de años iniciales, que reciben uniformes nuevos.

Como en todo el país, la Industria Textil holguinera labora intensamente en los suministros disponibles para satisfacer las prioridades pactadas y, paulatinamente, proseguir la comercialización del uniforme a la totalidad de los estudiantes de la provincia que lo requieran.

Nada de coser y cantar

Asumir un vestuario reglamentario en toda la enseñanza general, politécnica y laboral parte de la política de inclusión social que rige el sistema educacional del país por más de medio siglo y deviene tradición de la escuela cubana.

Pero el aseguramiento material del uniforme a cada estudiante implica costos sociales y familiares que no escapan de la dinámica económica del país, más compleja por el recrudecimiento de las medidas del bloqueo contra nuestro pueblo.

Los trabajadores de Confecciones Yamarex, del grupo empresarial Boga, en Holguín, son conscientes de que producir las 400 mil piezas de vestir que demandan los uniformes escolares en la provincia no es cosa de coser y cantar, por lo que luchan por cumplir su encargo.

Mas, inevitablemente, corresponde al sistema educacional evaluar la conveniencia de un código de vestir más flexible y atemperado a nuestra realidad.