La Habana, Cuba. – Juan Gualberto Gómez no admitía la esclavitud ni entendía que la libertad tuviera tarifas, sentía que todos los colegios debían amparar a todas las personas, de cualquier color.

Los cubanos -y no solo los periodistas- debemos consultar más a este hombre que en cada marzo, en el aniversario de su muerte, inspira una peregrinación de reporteros a su tumba, en el capitalino cementerio de Colón.

Juan Gualberto nos hace falta todos los días del año y, hoy, el puñado de periodistas que atesora el Premio anual que lleva su nombre es plenamente consciente de que recibirlo no resulta un beneficio personal, sino el martiano llamamiento de descolgar las esencias del diploma en la pared para seguir al patriota en su peregrinar constante por los complejos caminos de Cuba.

El hermano mulato de Martí

En marzo de 1879, Juan Gualberto Gómez conoció a José Martí y comenzaron una amistad.

Con pluma plena de resonancias magnéticas, el Apóstol haría este diagnóstico del alma de su hermano mulato: «…quiere a Cuba con ese amor de vida y muerte, y aquella chispa heroica con que la ha de amar en estos días de prueba, quien la ame de veras». Nadie, hasta HOY, le ha pintado mejor.

Como Martí, Juan Gualberto conoció la deportación a España; muy lejos de casa, en diferentes momentos y contextos, ambos harían periodismo y conspiración, que en tiempos de guerra suelen ir de la mano de quien escribe.

Martí le nombró representante del Partido Revolucionario Cubano en la Isla y a inicios de 1895 no tenía a hombre más confiable para dar el aviso de levantar la Patria.