Carlos del Porto Blanco
Von Aschenbach, nombre oficial de Gustavo Aschenbach a partir de la celebración de su cincuentenario, salió de su casa de la calle del Príncipe Regente, en Múnich, para dar un largo paseo solitario, una tarde primaveral del año 19… La primavera no se había mostrado agradable. Sobreexcitado por el difícil y esforzado trabajo de la mañana, que le exigía extrema preocupación, penetración y escrúpulo de su voluntad, el escritor no había podido detener, después de la comida, la vibración interna del impulso creador, de aquel motus animi continuus en que consiste, según Cicerón, la raíz de la elocuencia. Tampoco había logrado conciliar el sueño reparador, que le iba siendo cada día más necesario, a medida que sus fuerzas se gastaban. Por eso, después del té, había salido, con la esperanza de que el aire y el movimiento lo restaurasen, dándole fuerzas para trabajar luego con fruto. Así comienza la novela “Muerte en Venecia” del escritor alemán Thomas Mann, es la selección para la columna de esta semana.
La imaginación es el motor de la creatividad y la innovación. Thomas Mann.
Thomas Mann, Thomas Mann, nació en Lübeck en 1875 y murió en Zúrich, Suiza en 1955, después de exiliarse en 1921 al ser declarado enemigo del nazismo. En 1936 se hizo ciudadano checo, y en 1944 adquirió la nacionalidad norteamericana.
En 1911 pasó una temporada en el Gran Hôtel des Bains, en Lido.
Es uno de los más importantes escritores europeos de su generación. Será recordado por el profundo análisis crítico que desarrolló en torno al alma europea y germánica en la primera mitad del siglo XX, principalmente a partir de la influencia de la Biblia y las ideas de Goethe, Freud, Nietzsche y Schopenhauer. Es el autor de la monumental ‘La montaña mágica’, ‘Los Buddenbrook’ o ‘Doctor Faustus’. Escribió ‘La muerte en Venecia’ con 36 años. De ella dijo en una ocasión que “nada de lo que hay en esta novela es inventado”.
Premio Nobel de Literatura en 1929. wikipedia
La obra fue publicada en un momento de crisis cultural en Europa, a las puertas de la Primera Guerra Mundial, 1912, en ella se refleja la decadencia del arte, la belleza y el espíritu burgués. El texto narra la historia de Gustav von Aschenbach, un escritor alemán de renombre, obsesionado con la perfección y el control. En un intento por escapar de la rutina y la crisis creativa, viaja a Venecia, donde se ve fascinado por la belleza de un joven polaco de 14 años, Tadzio. La atracción de Aschenbach por el adolescente —símbolo de la pureza y la belleza clásica— se convierte en una obsesión que lo arrastra hacia la autodestrucción, mientras la ciudad es azotada por una epidemia de cólera que las autoridades ocultan.
Los temas centrales de la obra se pueden resumir en: 1. La belleza y la decadencia: Mann explora la dualidad entre el ideal de belleza (representado por Tadzio) y la corrupción moral y física (encarnada en Aschenbach y la Venecia enferma). La novela cuestiona si la búsqueda de la perfección artística puede coexistir con la humanidad o si, por el contrario, conduce al colapso. 2. El artista y la sociedad: Aschenbach encarna al intelectual burgués, atrapado entre su genio creativo y las convenciones sociales. Su obsesión por Tadzio refleja el conflicto entre el deseo y la represión, así como la fragilidad del arte ante las pasiones humanas. 3. La muerte como liberación: El cólera que devasta Venecia actúa como metáfora de la decadencia europea. La muerte de Aschenbach, lejos de ser un final trágico, se presenta como una liberación de su lucha interna, casi como un acto de redención estética. 4. Lo apolíneo y lo dionisíaco: Inspirado en Nietzsche, Mann contrasta la racionalidad (Aschenbach) con el caos y el instinto (Tadzio y la peste). La novela sugiere que el equilibrio entre ambos es imposible, y que el arte verdadero nace de la tensión entre ellos.
En un mundo que insiste en la productividad, la racionalidad y el control, la lectura de Muerte en Venecia —breve, intensa y perturbadora— sigue siendo un acto de rebelión. Esta novela corta de Thomas Mann no solo es una joya del modernismo europeo, sino un espejo incómodo que devuelve las contradicciones del alma humana: la lucha entre razón y deseo, disciplina y caos, arte y decadencia.
Mann no describe una pasión carnal, sino una obsesión estética que se desliza, inevitablemente, hacia lo erótico. El lenguaje del autor es tan pulido como ambiguo: con una prosa densa y simbólica, entrelaza mitología clásica (Apolo y Dioniso, Sócrates y Fedro), reflexiones filosóficas y una crítica velada a la cultura europea de su tiempo. Cada frase respira tensión, cada paseo por la playa es una batalla silenciosa entre el deber y el anhelo.
Lo más inquietante de Muerte en Venecia no es la fijación de Aschenbach, sino su rendición. El escritor, que alguna vez fue símbolo de la cultura germana, se abandona a una pasión que lo arrastra hacia lo irracional, lo irremediable, lo mortal. Y lo hace con una elegancia que acentúa su caída. Mann no juzga; observa. Y en esa mirada fría y lúcida, nos obliga a preguntarnos: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a renunciar a nuestra integridad por la belleza?
La Venecia de Mann no es solo una ciudad, sino un estado del alma: sofocante, corrupta, hermosa y condenada. La epidemia de cólera que se extiende en las sombras de la trama no es solo un recurso narrativo; es la metáfora de la enfermedad moral que consume al protagonista. Y, quizás, a toda una civilización.
Más de un siglo después de su publicación, Muerte en Venecia conserva su potencia. Es una obra que no se lee, sino que se experimenta como una fiebre: lenta, ineludible, reveladora. En tiempos de exceso de información y escasez de introspección, la novela de Mann nos recuerda que la verdadera literatura no busca consolarnos, sino inquietarnos. Es interesante leerla hoy, cuando la Vieja Dama Indigna se debate entre revivir glorias pasadas, la sumisión ante la Nueva Roma, los extremismos que la carcomen y el no querer reconocer que en el nuevo mundo que se conforma es algo residual.
La novela ha sido un pilar de la literatura moderna, citada por autores como Marcel Proust, Franz Kafka y Marguerite Yourcenar. Su exploración de la obsesión y la decadencia resonó en el siglo XX, especialmente tras las guerras mundiales. El cineasta italiano Luchino Visconti adaptó la obra en 1971 con Morte a Venezia, protagonizada por Dirk Bogarde. La película enfatiza el contraste entre la música de Mahler (que Mann admiraba) y las imágenes de una Venecia en descomposición. Y Benjamin Britten compuso una ópera basada en la novela (1973), centrada en la tensión entre el arte y el deseo.
Muerte en Venecia es una obra atemporal porque plantea preguntas incómodas: ¿Hasta dónde puede llevar la obsesión por la belleza? ¿Es el arte compatible con la felicidad? ¿Puede la genialidad convivir con la moral? Mann no ofrece respuestas, pero su prosa hipnótica y su retrato de la fragilidad humana la convierten en una lectura esencial.
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