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La Habana, Cuba. – José Martí parecía tener el don de la omnipresencia. El secreto lo guardaba su alma, sensible a cada aletear de mariposa que pudiera cambiar el rumbo de la humanidad.

Su periodismo conmueve, convence, seduce, provoca la certeza de que solo la bondad y la ternura pueden ser portadoras de verdades; porque la verdad que se dice con odio, mata más que edifica.

Martí renunció a enseñorearse desde la pluma, la asumió con vocación de servicio, como una forma de amor a sus semejantes, a su tiempo, a su Patria.

Las inquietudes con las que desde joven miraba a su alrededor, se condensaron en una propuesta como El Diablo Cojuelo, una única entrega que hablaba con prontitud de las sendas profesionales en las que el poeta dejaría huellas.

Asombra del periodismo martiano su variedad temática, el esplendor de una complejidad en la redacción que, lejos de producir rechazo, atrapa.

Martí, periodista universal

Martí no está presencialmente en todos los escenarios que describe, pero sus lecturas y su entendimiento del mundo son suficientes para lograr belleza y veracidad.

Escribe y sensibiliza en muchas latitudes con una misma premisa: nada humano me es ajeno. Defiende las identidades, el sentido de la originalidad, la justicia y el bien.

El diario La Nación, la Revista Universal, La Opinión Nacional y Las Américas son algunos de los periódicos que recogen sus letras, pero en ninguno puede poner la pasión que le entregó a Patria, el suyo, el de todos los cubanos que, amantes de la libertad, disponen bolsillos, corazón y vida a una guerra que han llamado necesaria.

Periodismo que unifica, que NO emplea como látigo la crítica, sino como el mero ejercicio de la opinión; periodismo que explica, comunica, sensibiliza. Sigue siendo ese el que nos urge hoy.