La Habana, Cuba. – El año 1994 fue particularmente duro para Cuba. Los adversarios de la Revolución, ilusionados, auguraban su desplome inevitable dadas las enormes dificultades que atravesaba el país tras el desmoronamiento de la Unión Soviética y del socialismo en Europa del Este, y el reforzamiento del bloqueo estadounidense.
La economía cubana se paralizó, y las tensiones sociales aumentaban ante las agobiantes estrecheces. Los enemigos de siempre vieron llegado el momento.
El verano de aquel año fue aún más caliente, cuando la propaganda política desde Estados Unidos alentaba salidas ilegales e inducía a robar embarcaciones, aun a riesgo de muchas vidas. El 5 de agosto inéditos desórdenes y actos vandálicos ocurrieron en una zona del Malecón y áreas aledañas, con claros fines desestablizadores. Pero la provocación acabó con una victoria popular.
Respuesta serena pero firme
El 5 de agosto de 1994 se intentó desatar un baño de sangre en Cuba, con graves desórdenes callejeros en zonas aledañas al Malecón habanero, alentados desde Estados Unidos, pero que encontraron una firme respuesta popular.
La Revolución estuvo en peligro, y hasta el epicentro de los disturbios llegó Fidel, sin más coraza que su autoridad y su moral. Su papel allí fue contribuir a que nadie se dejara provocar, y el pueblo se lanzó a la calle y estableció el orden, sin usar las armas en absoluto.
Como advirtió entonces, querían provocar un enfrentamiento armado, ensangrentar el país, buscar pretextos, y tenemos que contrarrestar esa estrategia subversiva.
El Comandante en Jefe consideró el 5 de agosto una fecha que enseña y alienta mucho. Marca aquel día en que el pueblo aplastó la contrarrevolución sin disparar un tiro.