La Habana, Cuba. – Nicolás Lemery, nace en Rouen, Francia, el 17 de noviembre de 1645. Inició su formación como aprendiz de farmacia a la edad de 15 años bajo las órdenes de un maestro boticario Pierre Duchemin, de su tío materno, que se comprometió a darle «bebida, comida, fuego, cama y aposento y mostrarle el mencionado arte y oficio». Lemery aprendió las operaciones farmacéuticas durante los seis años que permaneció como aprendiz en la botica de su tío y, a continuación, realizó el tradicional «compagnonnage», un viaje de estudios que permitía a los aprendices completar su formación visitando boticas de otras poblaciones de su entorno, se dirigió a París, donde trabajó con Christophe Glaser, quien en esos años se encargaba de las clases de química impartidas en el jardín botánico de París. Más tarde se dirigió a Montpellier y pudo seguir algunos cursos de su prestigiosa facultad de medicina.
Tras su paso por Montpellier, Lemery se dirigió de nuevo a París en 1672 para colaborar con un distinguido boticario de la familia real que le permitió disponer de un rico laboratorio y comenzar a impartir unos cursos de química que pronto le harían famoso. No solo asistieron a sus clases los aprendices de boticario o los médicos y los farmacéuticos en ejercicio, como había sido habitual en las décadas anteriores. También figuró entre sus oyentes algunos representantes de la nobleza parisina, incluyendo un notable grupo de damas de la corte, tal y como remarcaron algunos asistentes sorprendidos ante lo que no tardaría en transformarse en una de las características de la ciencia de la Ilustración: la amplia popularidad de las demostraciones experimentales. Aquí obtiene el título de maestro de Farmacia en 1674 y el cargo de boticario del rey. Esa última circunstancia le permitió tener su independencia económica y crea su propio laboratorio en un sótano en la Rue Galand, donde impartió numerosos cursos de química.
Para mejor dar a conocer sus lecciones de química, Lemery publicó en 1675 su “Cours de Chymie”, obra que durante más de cien años constituyó la suprema autoridad química en Europa. Ese libro tuvo un enorme éxito: según Fontanelle, era “una ciencia totalmente nueva que salía a la luz y que despertaba la curiosidad de las mentes”, una ciencia finalmente desembarazada de toda referencia a cualidades ocultas, de toda jerga bárbara y tenebrosa. Se vendió siempre según Fontanelle, como si se tratase de un libro de galantería o de sátira, y se tradujo al latín, alemán, inglés, español y al italiano. Se hallaba entonces Lemery en la cima de su gloria científica y económica, por eso rechazó el ofrecimiento del elector de Brandeburgo para ir a Berlín como catedrático de química. Más pronto empezó a sufrir persecuciones religiosas por su condición de protestante, con la prohibición expresa de dedicarse a la enseñanza y ejercer la farmacia. Marchó en primera instancia a Londres, de donde regresó en 1683 para doctorarse en Medicina en Caen al final de ese mismo año.
Se dedica entonces a ejercer la medicina en París, hasta que el edicto de Nantes extiende a los médicos protestantes la prohibición de ejercer su profesión. Con 40 años y sin recursos económicos, Lemery no tiene otra alternativa que convertirse al catolicismo con toda su familia, y así en 1686 el rey Luis XIV le permitió restablecer su laboratorio de química en París y reabrir su botica. Esta última circunstancia no sin una fuerte oposición de sus colegas. En 1699 se reorganiza la Academia de Ciencias de París, Lemery figurará entre los académicos asociados, anunciando su proyecto de estudiar a fondo el antimonio o estibina en busca de medicamentos útiles, que culminará con la publicación de su “Tratado del antimonio” (1707).
Murió unos pocos años más tarde el 19 de junio de 1715 en París, tras sufrir fuertes ataques de parálisis y apoplejía. En el elogio fúnebre que le dedicó Fontanelle, secretario de la Academia de Ciencias, reconocía de Lemery que: “La mayor parte de Europa aprendió química de él, y la mayoría de los grandes químicos franceses y extranjeros le habían rendido homenaje por sus enseñanzas». Fue un hombre de incesante actividad, sabiendo solo de su puesto, junto a la cama de sus pacientes.