La Habana, Cuba. – Tras la muerte del General Guillermón Moncada, el 5 de abril a casi dos meses de iniciada la guerra del 95, debido a la tuberculosis adquirida en las cárceles colonialistas, los hombres bajo su mando se encontraban abatidos por el dolor.

Se dice que entonces, su ayudante, Rafael Portuondo, le dijo a la tropa: los hombres como el General Moncada no se lloran, se imitan.

El héroe había nacido en Santiago de Cuba, hijo de Dominga Moncada, una patriota indómita que sufrió prisión en tres ocasiones por oponerse a conminar a sus vástagos para que depusieran las armas. Tuvo por nombre José Guillermo Moncada, pero pasó a la historia como Guillermón, otorgado por sus compañeros de lucha debido a su estatura, corpulencia física y bravura en los combates.

Muchos historiadores lo denominan el ébano de la guerra, tanto por el color de la piel como por su solidez de combatiente.

General de las tres guerras

El General Guillermón Moncada participó en las tres guerras por la independencia de Cuba durante el siglo XIX.

Fue de los primeros en incorporarse a la lucha el 10 de octubre del 68, y se cubrió de gloria al extender la contienda hacia la región de Guantánamo, escenario de sus proezas más notables.

Guillermón estuvo con Maceo en La Protesta de Baraguá, tomó parte en la Guerra Chiquita casi un año afrontando dificultades, al término de la cual fue traicionado por las autoridades coloniales, y remitido a cárceles españolas junto a José Maceo, Quintín Bandera y otros patriotas.

Para la guerra del 95, Guillermón Moncada, ya en Cuba y enfermo, prometió a Martí que levantaría en armas al Oriente cubano hasta el arribo de los principales jefes de la Revolución, y cumplió su palabra: se mantuvo en pie de lucha hasta su muerte.