La Habana, Cuba. – Hace unos días se conmemoró el 40 aniversario de la muerte de uno de los hombres imprescindibles en la Revolución Cubana, incluso de la que se comenzó a gestar a finales de los años 20 del siglo XX. Fue convocado por Fidel para que asumiera la responsabilidad de echarse al hombro la diplomacia de la nueva Cuba que nacía en el 59 y cumplió con creces la tarea, uniendo en sí un conocimiento enciclopédico, una agilidad felina, una lengua afilada y que no conocía límites y un compromiso a prueba de balas con los pobres de la tierra, por supuesto hablo de Raúl Roa García.
Hoy traigo un texto, no sé si llamarlo libro, pues solo tiene 37 páginas y un formato literalmente de bolsillo, si se hiciese a tamaño normal quizás no llegue a diez páginas, pero densidad similar a una enana blanca; me refiero a “Tiene la palabra el camarada Roa”, publicado por la editorial Letras Cubanas en el 2007. El volumen contiene una entrevista realizada por el investigador Ambrosio Fornet al Canciller de la Dignidad en el año 1968, posteriormente apareció como un anexo del libro “La Revolución del 30 se fue a bolina”.
La entrevista muestra el verbo abundante de Roa, su dominio del lenguaje, donde se mezcla el habla popular, los más rebuscados registros del castellano y alguna que otra mala palabra en un exquisito ajiaco que provocaba pavor en los traductores encargados de interpretar sus intervenciones. También se aprecia su lucido pensamiento sobre el compromiso del intelectual con el momento histórico, las causas de la Revolución del 30 y las consecuencias que ésta aportó tanto a la formación política como a la lucha del pueblo cubano, entre otros temas.
Roa fue un hombre no se quedó en la acera a ver pasar el cadáver del imperialismo, sino que se arremangó la camisa y sumo su delgadez al torrente revolucionario. En el 1931, expresó: «El intelectual, por su condición de hombre dotado para ver más hondo y lejanamente que los demás, está obligado a hacer política«. Aunque quizás es más recordado por sus fulgurantes discursos, sobre todo en foros internacionales, en su acervo glosan entrevistas y textos que son material obligado en la formación de muchos jóvenes. Escribió siempre que pudo y publicó algunos libros; poco después de su muerte se publicó una biografía suya de Rubén Martínez Villena.
A este hombre comprometido e irreverente se debe una de las caracterizaciones más brillantes que se haya hecho de Fidel Castro, de éste dijo: “Fidel oye la hierba crecer y ve lo que está pasando al doblar de la esquina”. Su proverbial sentido del humor dio lugar a más de una anécdota mítica: En una reunión interparlamentaria, ante un diplomático estadounidense que exigía con apuro que se le concediese hablar, apuntó: «Tiene la palabra el delegado de Estados unidos, pero sin guapería». Pero quizás la frase que mejor lo retrató de cuerpo entero como un soldado de la Revolución fue expresada en San José, Costa Rica, a finales de agosto de 1960, cuando, ante las denuncias de Cuba en la Organización de Estados Americanos, OEA, anunció su retirada y dijo: «Me voy con mi pueblo y con mi pueblo se van también los pueblos de nuestra América»; su ¡Patria o Muerte!, ¡Venceremos!».
Quizás me extendí algo, pero no pude evitarlo, pues hablo de una de las figuras que venero en nuestra historia, lo situó al lado del Mayor en mi altar de próceres, espero que mis lectores sepan disculparme por esto. Aquí cierro y recuerden si me ven por ahí me saludan.