La Habana, Cuba. – Chimel es casi nada en la geografía centroamericana, un punto del Uspatán guatemalteco, un pobladito de origen maya-quiché: allí nació, el 9 de enero de 1959, Rigoberta Menchú Tum.

Líder defensora de los derechos humanos y embajadora de los pueblos indígenas de la UNESCO, su trayectoria coronó con el Premio Nobel de la Paz de 1992, en reconocimiento a su lucha por la justicia social y la reconciliación etno cultural.

Primera indígena y persona más joven en ganarlo, en el discurso de acepción lo consideró una conquista de la lucha por la paz, los derechos humanos y de los pueblos indígenas que han sido divididos, fragmentados y sufrido genocidio, represión y discriminación.

Con los recursos recibidos del Premio Nobel, abrió la fundación Rigoberta Menchú Tum, con sedes en Guatemala, México y Nueva York.

Un futuro más hermoso

A favor de las luchas sociales en el ámbito nacional e internacional, la Premio Nobel Rigoberta Menchú Tum manifestó a esta reportera que dejar huérfanos a los estados de sus recursos es un riesgo tremendo del futuro.

Afirmó que se ha enriquecido más a sectores selectos y a nuevos que participan de la globalización, la cual es desleal y no respeta las normas nacionales.

La Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional expresó, además, que la cultura se vende para que la juventud adopte cualquier cosa como parte de su identidad y socava los valores de la pertenencia nacional, étnica, cultural, un muro para resguardar en sí sabidurías, conocimientos, ciencias.

Promotora de la justicia social, Rigoberta Menchú sostiene que en los momentos más difíciles, en las situaciones más duras y complejas ha sido capaz de soñar con un futuro más hermoso.