La Habana, Cuba. – Cuando preguntaron al Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz con qué contaba para llevar a cabo la guerra necesaria, contestó: “Con la vergüenza de los cubanos”.
Hombre ineludible en la guerra del 68, en solo tres años y medio de vida militar participó en más de 100 combates y destacó por combinar los principios de la táctica con la lucha irregular en las sabanas de Camagüey.
Los soldados hablaron con admiración de su caballería, entrenada para moverse al toque del clarín del corneta en maniobras de asombrosa velocidad y eficacia; el adalid dijo en una ocasión: “Organizar y disciplinar ejércitos es prepararlos para la victoria”.
Ignacio Agramonte, El Bayardo, organizador de una escuela para su tropa de antiguos esclavos, campesinos iletrados y gente que le seguía con fervor, nació el 23 de diciembre de 1841, en Puerto Príncipe.
Paladín de la vergüenza
Manuel Sanguily dijo de Ignacio Agramonte: Sabio en el consejo, pronto en la acometida, prudente y acertado en el mando, elocuente en las asambleas, terrible en los combates, inflexible contra el desorden, cariñoso y bueno en sus íntimos afectos.
El historiador Pedro García habla de un hombre con recursos propios que cuando faltó pólvora, la arrebató al enemigo y con balaustres de ventanas fabricó balas.
José Martí expresó de Ignacio Agramonte, abatido en los potreros de Jimaguayú el 11 de mayo de 1873: ¡Acaso no hay otro hombre que en grado semejante halla sometido en horas de tumulto su autoridad natural a la de la patria!
Henry Reeve le llamó El Mayor; Ignacio Mora, La mejor figura de la revolución; Carlos Manuel de Céspedes, Heroico hijo; y los veteranos de la guerra, Paladín de la vergüenza y Apóstol inmaculado.