Si Alicia renaciera en nuestro días, no necesitaría atravesar ningún espejo; le bastaría con asomarse a la ventana.
Eduardo Galeano.

La Habana, Cuba. – Muchas de las grandes empresas saben sobre nosotros y nuestros intereses, bastante más de lo que imaginamos: lo que opinamos, cómo actuamos, qué compramos, dónde vivimos, nuestro estado de ánimo y otros muchos aspectos.

Según la consultora Gartner, la Internet del Comportamiento (IoB por sus siglas en inglés), es algo que cada vez estará más presente y con lo que se tendrá que lidiar de manera creciente como sociedad. Uno de sus inconvenientes es la invasión a la privacidad, que se lleva a cabo de manera más o menos oculta. Se estima que las actividades del 40% de la población mundial, tres billones de personas, se rastrean digitalmente para influir en su forma de actuar.

Se especula además que IoB desafiará “lo que significa ser humano en el mundo digital”. Se puede decir que se está en una etapa de transición de la adopción de la tecnología, a ser poseídos por ella. La IoB combina tecnologías ya existentes que se enfocan directamente en el individuo: reconocimiento facial, rastreo de la ubicación, información financiera, indicadores de salud, entre otros; los cuales se correlacionan con datos derivados de eventos tales como: compras, nivel de vida, desempeño profesional y roles familiares. Todo ello conforma lo que se conoce como Big Data.

Los volúmenes de datos, el llamado Universo Digital, que se manejan son inimaginables, se miden en el orden de los zettabytes (un 1 seguido de 21 ceros). No cabe duda de que organizaciones, empresas, servicios de inteligencia, gobiernos, e incluso actores maliciosos utilizan toda esa información para influir en el comportamiento humano. Tal es el caso del programa PRISM, un proyecto develado por Eduard Snowden y operado por la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos para la vigilancia electrónica de forma clandestina.

La Internet del Comportamiento surge a partir de la Internet de las Cosas (IoT por sus siglas en inglés). Decenas de millones de “inocentes” dispositivos que nos simplifican la vida: smartphones, autos, relojes, las cámaras de la casa y asistentes personales; todos se interconectan y generan una maya que da como resultado final una gran cantidad de nuevas fuentes de datos. Esos datos pueden ser específicos, los generados por aplicaciones, en portales Web, videojuegos, formularios que se llenan (empleos, servicios, gobierno y otros), redes sociales, correos electrónico y cookies de sesiones de trabajo. Un solo dispositivo, por ejemplo, el smartphone, puede rastrear los movimientos en línea de su dueño; sus sensaciones, emociones, geo-posicionamiento, gustos alimenticios, información de las finanzas, así como indicadores de salud y demás asuntos privados de su vida real.

Cada vez más la información se utiliza para vendernos cosas de una forma más eficiente. Sin embargo no todo es publicidad dirigida. Los datos obtenidos pueden usarse para otros motivos. Por ejemplo; las organizaciones pueden probar la efectividad de sus campañas comerciales, las farmacéuticas, los sistemas hospitalarios y otros proveedores de salud pueden medir los esfuerzos de activación y compromiso de los pacientes. Los gobiernos se interesan también en sacar provecho de la huella digital que se va dejando a nuestro paso por la Red.

Las posibilidades del IoT para recopilar información son enormes. Según estima la empresa Contentstack, IoT incluía a mediados de 2019, 27 mil millones de dispositivos y en el año 2020, se llegaría a más de 75 mil millones. Se considera que IoT es la parte inferior de una pirámide que reúne las “aguas de varios ríos” en un gran lago de datos que, una vez procesados, se transforman en conocimiento.

MSc. Ing. Carlos del Porto Blanco