Otra vez la atención del planeta vuelve a enfocarse sobre Estados Unidos, donde este martes se celebran elecciones para elegir, entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, al cuadragésimo quinto presidente de la nación más poderosa del Sistema solar.
Esos comicios, que en algún sentido marcarán el rumbo futuro del mundo, también tienen una particular relevancia para los cubanos, pues ambos candidatos, sobrevivientes de una campaña feroz y atípica por la falta de seriedad y profundidad en los planteos previos, han expresado opiniones divergentes sobre las relaciones con Cuba, restablecidas oficialmente por la administración Obama en julio de 2015.
La Clinton, que puede hacer historia al convertirse en la primera mujer que se sienta en el sillón del despacho Oval de la Casa Blanca, ha dicho que continuará el camino iniciado por Obama y hasta ha calificado como “fallido” al bloqueo, que ellos llaman embargo para esconder la crueldad.
La aspirante demócrata, que ya fue Primera dama, senadora y secretaria de Estado, dijo en sus memorias recién publicadas que era partidaria de cambiar el rumbo de la política hacia Cuba, por ser un asunto que lastra las relaciones de Washington con el resto del planeta.
Por su parte Trump, que al inicio de campaña parecía favorecer lo que pasaba entre los dos países, después puso la marcha atrás y ha dicho que revertiría todo lo avanzado, e incluso que rompería relaciones con La Habana.
Claro que esa afirmación suena medio vacía, viniendo de un político al que incluso acusaron de intentar hacer negocios en el sector turístico cubano en violación de las leyes que rigen el bloqueo.
En el enfoque hacia Cuba, lo que hasta ahora diferencia a un candidato del otro es una retórica más o menos dura, pues ambos representan un sistema que mantiene en esencia los mismos objetivos de doblegar a los cubanos hasta lograr un cambio en nuestro ordenamiento interno.
Nada menos que en Miami, adonde fue a hacer campaña para tratar de ganar la votación en La Florida, Trump dijo que sólo mantendría la política exterior actual si La Habana “cumple con nuestras demandas de libertad”, una frase que suena rancia, pero que es música para los oídos de un viejo sector conservador asentado en esa península del sur norteamericano.
La Clinton, que no quería quedarse atrás, también estuvo lanzando guantazos en La Florida sabedora del peso electoral de ese estado, que otorga al ganador 29 votos electorales y donde vive una importante comunidad cubana.
La candidata demócrata había dicho antes que apoyaba “los esfuerzos del presidente Obama con Cuba”, aunque afirmó que había que reemplazar la política hacia nuestro país “con un método más inteligente”, que según ella ponga más presión sobre las autoridades cubanas.
A diferencia de Trump, que en política exterior es como un elefante en una cristalería, para hacer honor al símbolo de su agrupación política, la aspirante por el partido de los Mulos está diciendo casi de manera abierta que con ella en la Casa Blanca lo que nos espera es una expresión del llamado “Smart power”, tan al uso en estos tiempos.
Esa es la línea de acción que mantuvo la administración Obama después de restablecidas las relaciones bilaterales, con una visita a La Habana del presidente en plan de seductor y el anuncio a bombo y platillos de cinco paquetes de medidas que modificarían algunos aspectos del bloqueo.
Sin entrar a discutir los objetivos ya conocidos, es cierto que Obama ha hecho más que ningún presidente norteamericano en el acercamiento hacia Cuba, y ese será su legado histórico, pero en la concreta, en la vida cotidiana de los cubanos, nada ha cambiado, pues el cerco tendido alrededor de Cuba está tan intacto como el primer día y nos sigue causando tanto o más daño.
Por eso, aunque como todo parece indicar gane la Clinton, e incluso si Trump da una sorpresa, los cubanos seguerimos defendiendo nuestra soberanía mientras el bloqueo esté incólume, permanezcan los apetitos subversivos y los marines se paseen por territorio ilegalmente ocupado en Guantánamo.
No es chovinismo barato porque la historia nos recuerda las centenarias ansias de dominarnos de demócratas y republicanos, dos partidos que han logrado la alternancia no solo en el poder, sino también en los intentos de las últimas once administraciones por acabar con esta isla rebelde.