La Habana, Cuba. – El verano del 94 fue particularmente duro para los cubanos. Crudo Periodo Especial con apagones de 12 horas, magra alimentación y bicicletas por doquier supliendo al transporte público.
En el plano externo, campo socialista en pleno derrumbe, hostilidad yanqui reforzada, campaña mediática y aliento al desaliento. Desde Miami constante instigación a las salidas ilegales y al secuestro de embarcaciones.
Ese caldo de cultivo generó los sucesos ocurridos hoy hace 29 años, cuando una masa incontrolada se lanzó al Malecón y a las calles aledañas rompiendo vidrieras y agrediendo a los agentes del orden.
En medio del vandálico desorden, entre las fuerzas que se enfrentaban a la revuelta, apareció Fidel acompañado de su escolta y de algunos dirigentes, todos totalmente desarmados.
El poder del arma moral
La serena aparición de Fidel, sin armas y hablando en voz baja, conjuró la revuelta en el Malecón.
El peso de la historia y el magnetismo político del líder aplastaron a los revoltosos y desbarataron los planes fraguados en el Norte, donde ya aplaudían la revuelta popular que haría caer al gobierno cubano.
Pero sin que hubiera en la calle ni un tanque, ni siquiera un vehículo blindado, la oleada revolucionaria que encabezaba el Comandante en Jefe de manera fulminante impidió males mayores.
No se pueden subestimar los valores morales que este pueblo ha acumulado ni su disposición a luchar, reflexionaría más tarde Fidel, convencido de que las armas morales son más poderosas que las de fuego. Así, hace casi tres décadas, en el Malecón se defendió un proyecto político que hoy sobrevive contra viento y marea.