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La Habana, Cuba. – Sólo el olvido hace realidad la muerte. Por eso, desde el oriente del país, Martí y Fidel siguen atentos a nuestros pasos. Maceo, en occidente, permanece en vigilia para acompañarnos cada día. A ellos se unió el Che para -desde el corazón de la Isla- ocupar su puesto junto al pueblo que hizo suyo y seguir librando y ganando batallas con él.

En el mausoleo que atesora sus restos, en Santa Clara, una llama eterna simboliza la inmortalidad de las ideas por las que Ernesto Che Guevara entregó su vida. Ésas que apertrechan el espíritu y reclaman un nuevo tipo de hombre.

Ésas que alientan en la heroica resistencia de estos tiempos y alertan ante acechanzas siempre latentes entre quienes pretenden torcer el camino de la Revolución.

He sido un hombre que actúa como piensa y leal a mis convicciones, escribió el Che a sus hijos, y el ejemplo de su vida nos pone a prueba a cada instante.

De esos hombres imprescindibles

Cincuenta y cinco años atrás, en un remoto paraje de Bolivia, el Che Guevara libró su último combate. Sólo herido y con su arma inutilizada pudieron capturarlo. Su sentencia de muerte -trasmitida por la CIA- se cumplió al día siguiente, en la humilde escuelita de La Higuera.

Antes de viajar a tierras bolivianas para crear un foco guerrillero había dicho en un poema dedicado a su esposa: Salgo a edificar las primaveras de sangre y argamasa. Y en eso anda todavía, porque falta mucho por hacer en un mundo urgido de sanar tantos dolores.

Che no habla desde el pasado. Renace cada día. Como hacen los imprescindibles, los valerosos, los sensibles, los honestos, los que educan con su sacrificio. Vive, más que nunca. Y porque seguimos necesitándolo parece que -con su pausada voz- nos sigue diciendo: Aquí está el Che.. Aquí está el Che.

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