Noviembre marca para Bolivia la vuelta al gobierno del Movimiento al Socialismo, MAS, el partido que liderado por Evo Morales condujo a uno de los países más vapuleados de América Latina a convertirse, hasta hace un año atrás, en exponente destacado en materia de avance económico y social.

Luis Arce, ex ministro de economía entonces, fue proclamado presidente luego de unas elecciones donde acumuló más de 55 por ciento de los sufragios, junto al ex canciller David Choquehuanca.

El golpe de Estado orquestado por la derecha local, sus impulsores externos y los cuerpos armados del país, fue derrotado finalmente por una estrategia de lucha parlamentaria y política que, invocando la legalidad, se impuso por su propio peso a las intenciones de quienes planeaban el nuevo ostracismo nacional.

Una victoria con retos

Sin dudas, la lucha del pueblo boliviano ha sido recia en estos últimos 12 meses, al costo incluso de matanzas fascistas en barriadas populares como las de Senkata, Sacaba y Yapacaní.

A ello se une la destrucción de la economía y la desnacionalización de las riquezas. Todo en un escenario complejo que el presidente Luís Arce está decidido a combatir y revertir.

Por lo pronto, sus planes apuntan a dar apoyo a las decenas de miles de ciudadanos afectados por la debacle oficial golpista, que en 12 meses provocó 1 millón de nuevos pobres y 2 millones de ciudadanos en extrema pobreza.

Además, quedaría la aplicación de la justicia a quienes de forma brutal alteraron la vida política del país y desplegaron la fuerza desmedida contra aquellos que no apoyaron semejante desastre.