Jóvenes cubanos reeditan el desembarco del yate Granma. Foto: Archivo

La Habana, Cuba.-  Hace 60 años, en la madrugada, un yate de recreo se aproximaba a Cuba. Había partido sigilosamente el 25 de noviembre desde el puerto veracruzano de Tuxpan y estaba muy lejos de ser un viaje de placer.

En la embarcación -nombrada Granma y de apenas 13 metros de eslora- se apilaban 82 hombres, más algunas armas y municiones.

Vámonos, derrotando afrentas con la frente plena de martianas estrellas insurrectas, juremos lograr el triunfo o encontrar la muerte, había dicho en vehementes versos un médico argentino enrolado en la expedición.

Ernesto Guevara recogía así el sentir de sus compañeros, de confianza plena en su jefe: Fidel Castro. La travesía causó estragos por el mal tiempo imperante y los desperfectos de la nave. Al amanecer, la orden de desembarco.

Fe en la victoria

Fidel y los demás expedicionarios del Granma desembarcaron aquel 2 de diciembre cerca de Las Coloradas, en la oriental localidad cubana Niquero. Con el agua al pecho, atravesando infernales y tupidos manglares, llegaron a tierra firme.

Extenuados por la penosa travesía, sin tiempo para recuperarse, tuvieron su bautismo de fuego apenas tres días después.

Pudieron dispersarse en grupos para cumplir la orden del jefe: llegar a la Sierra Maestra. Muchos cayeron prisioneros y luego asesinados.

El revés no desanimó ni a Fidel ni a los que lograron reencontrarse con él. En total: siete armas. Suficientes para iniciar la guerra de liberación.

A eso había llegado el Granma: a encender la Revolución, con Fidel al frente, como marcha ahora, aparentemente en reposo, pero más crecido que nunca porque aquellos 82 expedicionarios se convirtieron en un pueblo, en millones.

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