Es casi imposible dejar de vincular el bloqueo con el inicio de otra edición de la Feria Internacional de La Habana. Uno, nos maltrata, nos desangra y trata de ahogarnos; la otra nos abre una ventana, nos oxigena y da esperanzas.
Son dos puntos en las antípodas de la realidad cubana que se acercan una vez al año, aunque la hostilidad de Estados Unidos es una dolencia permanente. Impedir los negocios de y con Cuba es uno de los objetivos de un cerco que ha costado al país más de 822 mil millones de dólares, si se tiene en cuenta la depreciación del dólar frente al valor del oro.
Una de las herramientas para lograr ese objetivo es la imposición del entramado legal del bloqueo más allá de las fronteras de Estados Unidos. Es una presión fuerte sobre el empresariado extranjero, pero algunos resisten y la Feria es un ejemplo.
Un escenario ideal
En tres décadas y media, la Feria Internacional de La Habana se ha convertido en una de las más importantes bolsas comerciales de la región. Desde hace varios años, la presencia aquí de las empresas extranjeras se ha mantenido en un alto nivel y de cada encuentro han salido negocios provechosos para nuestra economía.
ExpoCuba se ha convertido de esa forma en un escenario para identificar mercados y socios nuevos, al mismo tiempo que ayuda a consolidar los ya existentes.
Es cierto que la actual agitación provocada por la Administración Trump en las aguas que separan a La Habana y Washington ha influido de manera desfavorable sobre el empresariado extranjero, pero la Feria Internacional de La Habana, que nadie lo dude, sigue siendo un instrumento para arrancarle ladrillos al muro del bloqueo.