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La Habana, Cuba. – La actual pandemia global ha puesto en entredicho, con mayor crudeza que nunca, la capacidad del capitalismo para preservar la vida humana.

La rápida expansión del nuevo coronavirus, uno de los efectos negativos de la globalización mundial, ha colocado a la Humanidad ante un desafío inédito y más grave incluso que las Guerras Mundiales.

Nunca antes la especie humana había enfrentado una crisis sanitaria tan colosal que ha enseñado de la peor manera la incapacidad de resolver el problema de forma rápida y efectiva.

La propiedad privada y la libertad de mercado, columnas vertebrales del capitalismo, hasta ahora solo han servido para que los países más ricos, y por supuesto más avanzados tecnológicamente, se afilen los dientes con las ganancias que generarán las vacunas en investigación.

Para los ricos

La espiral mundial de muertes, que parece indetenible, se ha convertido en una posibilidad de negocio para las grandes transnacionales biotecnológicas, que por supuesto, pertenecen al Primer Mundo.

Aunque no lo digan descarnadamente, la vacuna contra la Covid-19 es ahora la veta en esta nueva Fiebre del oro, que encabezan poderosas compañías de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania.

Por supuesto, que las naciones pobres no podrán acceder con facilidad a esos fármacos, cuyos precios son astronómicos, y en última instancia tendrán que ponerse al final de la cola.

Es un neomaltusianismo sanitario que confirma la esencia inhumana del capitalismo, en su variante neoliberal contemporánea, que no caerá por el efecto de una pandemia, pero enseña sin pudor las costuras rotas.