La Habana, Cuba. – Aunque los equipos sismográficos no lo registraron, el 11 de julio Cuba se sintió estremecida desde sus entrañas, cuando varios puntos de su territorio vieron rota la tranquilidad ciudadana con protestas callejeras incitadas desde redes sociales insidiosas, envenenadas.

Los instigadores de esa campaña político-comunicacional creyeron llegado el momento de pescar en río revuelto. Vieron la oportunidad de aprovechar la agudización de tensiones en la sociedad cubana al conjugarse dramáticamente los efectos del desgaste por la prolongada pandemia de Covid-19, la crisis económica aparejada a ella y el impacto de medidas de refuerzo del bloqueo estadounidense impuestas por Trump y conservadas íntegramente por Biden.

Y creyeron listo el escenario para la confrontación interna y el desafío al gobierno con virulenta hostilidad. Apostaron por el odio. La mentira. El resentimiento.

Hay que mirase por dentro

Estamos bajo el fuego sofisticado de una ciberguerra que incluye el ciberterrorismo y el terrorismo mediático en su instrumental agresivo, denunció el primer secretario del Partido, Miguel Díaz-Canel, en el acto realizado junto al Malecón habanero.

Son avasalladoras las armas del enemigo, pero al lado del pueblo, con el pueblo y por el pueblo, sigue estando la Revolución, reafirmó el presidente de la República y, con honestidad, reconoció la necesaria autocrítica, la rectificación pendiente, la revisión profunda de métodos y estilos de trabajo, los posibles errores.

El camino no puede ser el de la violencia y la fractura. Muchísimo menos el del abominable anexionismo del que hemos presenciado señales en estos días. Nuestros adversarios deben sentir el clamor de paz y amor de este pueblo para resolver sus problemas, pero resuelto a no dejarse mancillar

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