Por Oscar Ferrer
Varios siglos de existencia tiene un material de cerámica fino, brillante, en ocasiones traslúcido, creado en un país asiático y con el cual se pueden hacer hermosos adornos que satisfacen los más variados y refinados gustos.
Se trata de la porcelana, originaria de China, que más que una simple cerámica, es el resultado de una búsqueda milenaria por lograr un material de blancura, pureza y resistencia.
Su historia comenzó en el citado país y su desarrollo es un proceso que tomó centenares de años. Los precursores vivieron en las dinastías Han y Tang, entre el año 206 antes de nuestra era y el 907 de la era actual.
Durante la dinastía Tang se popularizó la exportación de cerámica fina por la Ruta de la Seda.
El nacimiento de lo que se ha dado en llamar la Verdadera Porcelana se produjo en la dinastía Song, que terminó en 1279.
Largo camino
Bajo la dinastía Ming, que concluyó en 1644, la producción de porcelana se centralizó en la ciudad de Jindechén, capital mundial de la porcelana por siglos. Allí se mejoró la fórmula con caolín y feldespato y se desarrolló la cerámica azul y blanca, que se convirtió en símbolo de lujo.
El secreto de tal logro lo guardaron los chinos durante siglos, y la porcelana llegaba a Europa para reyes y aristócratas, mientras los ceramistas de ese continente trataban de descifrar lo ocultado.
En Italia se hizo la llamada porcelana blanda, que no tenía la pureza de la china, y la verdadera porcelana dura europea surgió en Alemania, en 1709, cuando se fundó la manufactura de Meisen.
Luego surgieron fábricas por todo el Viejo Continente, como la de Sevres, en Francia. Hoy, la porcelana está al alcance de todos, sin perder su elegancia.