La Habana, Cuba. – La broma era decir que, al nacer el 27 de abril de 1791, Samuel Morse había llegado a este mundo con dotes de pintor pobre.

Así estuvo mal viviendo de sus cuadros hasta que a los 50 años, el soñador de un suburbio de Boston cambió de vocación y pasó a las filas de los inventores: a él se debe la creación del telégrafo y el sistema de escritura Morse.

Entre sus mejores días enumeraba la demostración de la valía del telégrafo, la patente recibida, la compra del equipo por el gobierno, la inauguración de la primera línea telegráfica de Estados Unidos entre Washington y Baltimore, y el telegrama de felicitación que envió Inglaterra por el nuevo cable trasatlántico.

Samuel Morse falleció de pulmonía el 2 de abril de 1872, en Nueva York; poco antes dijo su frase más universal: Lo mejor está aún por venir.

La cabra tira al monte

Tanto añoraba Samuel Finley Breese Morse ser un buen pintor que, en su juventud y obligado a estudiar en la Universidad de Yale, dejaba transcurrir el tiempo entre pinceles y vendía los perfiles de los amigos a dólar.

Finley, como le llamó la familia, no descolló como artista de la pintura, aunque se le reconoce como digno retratista, fundó y presidió la Academia Nacional de Dibujo y fue profesor de pintura y escultura en la Universidad de Nueva York.

Cuando ya era famoso por el invento del telégrafo y el código Morse, y poseía fortuna y reconocimientos, el anciano, como “las cabras que tiran al monte”, volvió a la pintura en su retiro de Locust Grove.

A Samuel Morse se debe también la introducción de la comunicación por cable en América Latina, cuando en 1858 creó un sistema telegráfico en Puerto Rico, entonces colonia española.