La Habana, Cuba. – Aquel 28 de junio de 1997, en Vallegrande se trabajaba a contrarreloj en una de las excavaciones realizadas en la antigua pista de aterrizaje de esa localidad del sureste de Bolivia.

El tiempo apremiaba. Casi vencía el plazo otorgado por el gobierno para la búsqueda de los restos del Comandante Ernesto Che Guevara, a partir de testimonios e investigaciones sobre la posible ubicación de la tumba que sus asesinos y asesores de la CIA pretendieron ocultar para impedir que se convirtiera en sitio de peregrinaciòn y homenaje al legendario guerrillero.

Finalmente, aquel frío sábado, a 167 centímetros de profundidad, la pala de una retroexcavadora removió una chaqueta verde olivo y restos humanos.

Las osamentas de 7 personas se hallaron en esa fosa común. Fue el reencuentro emotivo y esperado con el Che.

Destacamento de refuerzo

Tras la ejecución del Che en La Higuera y su traslado a Vallegrande la orden dada a los militares bolivianos, asesorados por la CIA, fue la de ocultar el destino de sus restos.

Muchos años después un ex alto oficial dio indicios. Y expertos cubanos -encabezados por el médico Jorge González- trabajaron intensamente para encontrar la tumba.

Forenses, antropólogos, geofísicos, historiadores y arqueólogos, se unieron en aquella misión que condujo al hallazgo de los restos del Che en una fosa junto a otros 6 guerrilleros, entre ellos los cubanos Alberto Fernández Montes de Oca, Orlando Pantoja y René Martínez Tamayo.

La ausencia de manos en la osamenta del Che, y su arco superciliar prominente, dieron las primeras evidencias. Técnicas científicas confirmarían la identificación.

Habían pasado casi 30 años de su muerte, y Cuba aguardaba por su destacamento de refuerzo.

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