Estatua de la Libertad, símbolo de la «democracia» de Estados Unidos

La Habana, Cuba. – Dicen los que la han visitado, que quienes llegan a la base de la Estatua de la Libertad, en Nueva York, reciben siempre el mismo discurso: Usted está ante la representación del “espíritu norteamericano” que creó una democracia por todos y para todos.

Deberían añadir, por ejemplo, que a la inauguración del monumento, donado por Francia y que esperó meses en su embalaje porque nadie en Washington ponía el dinero para colocarla en su pedestal, se le prohibió el acceso a las mujeres neoyorquinas por considerarse su condición inferior al hombre.

Una, sin dudas, notable muestra de igualdad de derechos democráticos. Pero así son las cosas entre los poderosos, porque la democracia que proclaman, que nos venden, y que imponen incluso por la fuerza de las armas, es solo válida en tanto instrumento para sojuzgar, engañar y explotar.

Todo maleable

Hay que recordar otros ejemplos. En América Latina, el espíritu de la democracia a la usanza Made in USA ha sido también por largo tiempo el fantoche político de turno.

Quien protestase, se levantase o cuestionara el sacrosanto modelo era identificado de inmediato como sedicioso, incivilizado, revoltoso, violento y comunista…así de sencillo.

Mientras, en las alturas del poder, las clases acomodadas, dependientes de los dictados estadounidenses, manejaban los hilos electorales, manipulaban con esmero el escenario, dedicaban espacio a la demagogia y el engaño, y no dejaban atrás, de ser necesario, el fraude y la ilegalidad para mantenerse en sus pedestales.

Era, y todavía suele ser, nos decían y dicen, el proyecto político más “limpio, escrupuloso y equitativo” concebido jamás por la mente humana.