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Por Carla Suárez

El 20 de octubre de 1868, un grupo de cubanos alzó la voz en la lucha por la cultura y la libertad, cuando las llamas de Bayamo encendieron una consigna que fue simbólica: la cultura como acto de soberanía.

Desde ese gesto histórico, el Día de la Cultura Nacional Cubana cristalizó como una memoria viva, un recordatorio de que la identidad de un pueblo se forja en la convivencia de saberes y en la resistencia a la invisibilización.

En las calles y en las aulas, la celebración no es únicamente festiva; es una crónica de sujeción y resistencia. Aquí, la percusión se escucha como un archivo sonoro: tambores que traen la memoria de África, guitarras que cuentan la tradición hispana, letras que beben del canto campesino.

Es una genealogía en constante tejerse: prácticas heredadas, innovaciones creadas desde la experiencia cotidiana, palabras que se reafirman en cada esquina donde se comparte una historia.

Identidad como bandera

Los desafíos de la transculturación —un fenómeno inevitable en un mundo interconectado— no deben leerse como amenaza absoluta, sino como una frontera por la que transita la identidad para fortalecerse.

El riesgo está en la imposición de patrones ajenos que eclipsan voces, ritmos y saberes locales. Por ello, defender lo nacional no significa clausurar el intercambio, sino dar prioridad a una lectura crítica de lo que llega, a la selección de lo que se abre paso en el imaginario colectivo.

Conviene recordar que la cultura cubana se ha nutrido de un diálogo entre lo local y lo foráneo, entre lo popular y lo institucional, entre la memoria de Martí y las nuevas expresiones de las generaciones actuales.

Este Día de la Cultura Nacional se presenta como una crónica de continuidad: un llamado a registrar, analizar y difundir las creaciones que sostienen la identidad sin permanecer estáticas.

Defensa de las raíces

En términos de política cultural, la defensa de la identidad implica proteger el acceso a la educación, promover la investigación de nuestras tradiciones y garantizar que dialoguen en igualdad.

Es, además, una invitación a narrar la historia con responsabilidad: reconocer aportes, corregir omisiones y amplificar ejemplos de creatividad que fortalecen la soberanía cultural.

Este aniversario no es solo memoria: es una señal para el futuro.

En cada poema recitado, en cada concierto, en cada cartel informativo, la nación reafirma que su cultura es un capital vivo que sostiene la dignidad, la identidad y la independencia de Cuba.