Por: Joel García
La Habana, Cuba. – El 8 de septiembre de 1904 es una de las fechas que menos se recuerda en el deporte cubano, aunque haya sido el día en que Manuel Dionisio Díaz Delgado se convirtiera en el segundo campeón olímpico de Cuba.
El esgrimista ganó la prueba de sable individual en la cita celebrada en Saint Louis, Estados Unidos.
Con 30 años cumplidos, el joven compitió en dicha lid por obra de la casualidad, pues estaba allí no como parte de ninguna delegación oficial, sino junto a su padre Manuel Luciano Díaz, ministro de Obras Públicas en ese entonces y presidente del pabellón cubano en la Exposición Mundial organizada simultánea a la cita olímpica.
Dionisio aceptó el reto de competir contra cuatro rivales inscritos, a partir de haber practicado este deporte desde los 10 años y para no quedar mal con su amigo Ramón Fonst, a quien lo unían lazos muy familiares.
Estudiar más su legado
Éxitos arrolladores sobre los estadounidenses Arthur Fox, Theodore Carstens en las eliminatorias le abrieron el camino a Manuel Dionisio hacia la final olímpica de sable en 1904.
Por el título venció al que se consideraba entonces el mejor sablista del mundo, el norteño William Grebe. Tras celebrar este triunfo, el cubano no dudó en integrar el equipo mixto que ganó la prueba colectiva en florete, medalla que después de mucho tiempo y discusión reconoció el Comité Olímpico Internacional para Cuba.
Pocos conocen que este deportista amateur, graduado de ingeniería en la Universidad de Harvard, alternó su vida entre la esgrima y su labor de profesor de Ingeniería de la Universidad de La Habana.
Un traicionero infarto cardíaco robó la vida a Manuel Dionisio en 1929. La esgrima cubana debería estudiar mucho más sus aportes y ejemplo en el deporte.