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Lázaro Peña fue un dirigente ejemplar por su ética y su impronta, dueño además de un gran poder de convocatoria, basada  en esa imagen de pueblo, sencilla y noble.

Aunque era de familia humilde, desde muy temprana edad empezó a conformar el gran acervo cultural que llegó a tener, gracias a su esfuerzo autodidacta, lo cual le fue vital en su evolución política hasta hacerlo miembro del clandestino Partido Comunista de Cuba.

Las luchas contra la dictadura de Gerardo Machado y Batista lo foguearon  como líder sindical obrero, con participación en huelgas y mítines, donde comenzó a forjar su pensamiento antiimperialista en esas luchas.

Solo su muerte, fechada el 11 de marzo de 1974, pudo detener la consagrada entrega de ese líder  que había nacido para luchar por la justicia, Fidel declaró en su entierro que no se sepultaría un muerto, sino que iban a depositar una semilla.

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