La Habana, Cuba. – En jornadas de fiesta y celebración por la despedida de un viejo año y el advenimiento de un nuevo almanaque, el escenario de las festividades casi siempre es la familia.
Y no es que queramos definirla como un espacio físico o un limitado punto geográfico al que concurrimos para bailar, comer y estar acompañados.
No, la familia es mucho, pero mucho más que una sola definición. De ella se pudieran enunciar tantos conceptos como se quieran, aunque sería razonable concebirla como lo que es, a lo largo de nuestras vidas: acompañamiento, guía, bendición, orgullo y alegría.
Quien sabe aquilatar el valor de su familia está estimando lo que representa poseer un tesoro, un tesoro de riqueza inagotable, cuyos patrimonios no son muchas veces materiales, sino intangibles, sensitivos, cálidos y amorosos.
Refugio de siempre
Hay personas jóvenes que piensan que para celebrar y pasarla bien solo hace falta un motivo y recursos logísticos que garanticen el éxito material del fiestón, como algunos suelen decir.
Pero quienes acumulan años y canas, como lección y no como carga de cansancios acumulados, consideran que toda celebración, más que un motivo en son de pretexto, necesita una buena geografía de afectos para que se asiente realmente sobre el bienestar.
Por ello, no es casual entonces que en días de fin de año e inicio de un nuevo calendario, sea la familia esa territorialidad afectuosa y poderosamente protectora a la que acudimos para sentirnos casi siempre en la mayor de las plenitudes posibles.
Sí, porque la verdadera familia es lugar accesible en cualquier momento, en cualquier tiempo, lo mismo haya Sol que vientos. La familia es el mejor refugio.