Era El León de Oriente y decirlo significaba un hombre: José Marcelino Maceo Grajales, el valiente mayor general, jefe de la Primera División de aquellas tierras indómitas.
Fue hombre de las tres guerras y participó en unas quinientas acciones; en su cuerpo, dieciocho huellas de balas mostraban la altura del guerrero y las últimas le impactaron el cinco de julio de 1896, llegándoles a la frente y el pecho.
En Loma del Gato, por los caminos santiagueros que van por entre Alto Songo y el Ramón, libró el mayor general José Maceo Grajales la batalla última por la independencia de Cuba y falleció horas después en La Soledad de Ti Arriba, cerca de Songo-La Maya.
El poeta Manuel Navarro Luna, dijo de él: “Siempre lo vio el primer resplandor del machete, siempre estuvo en el puesto primero de la sangre” y lo definió como una centella de coraje.
Hombre de combates y ternuras
El mayor general José Marcelino Maceo Grajales desde los diecinueve hasta los 47 años estuvo combatiendo y fueron sus maestros Antonio Maceo y Máximo Gómez.
Era José presumido, desinteresado, jovial, el machete lo dominaba con la zurda, cuando tenía enojos, tartamudeaba, y era reciamente sincero; José Martí lo llamó Dios de la Guerra.
Lino D’Ou, su ayudante, dijo después de la muerte del guerrero: “Por su valor inmensurable, por su ingenuidad, por su ternura, por su piedad fuera del combate, José Maceo fue hombre que sembró afectos”.
Y el Generalísimo Máximo Gómez expresó: “Escribo desde los campos en que retumba el cañón.
El combate significa mi duelo de guerrero por la pérdida del compañero y del amigo, que él murió en su puesto, derribado de su caballo de batalla para aparecer más alto y hermoso en la historia de la Patria”.