Como mismo se escapó él muchas veces de la escuela para ir al estadio Nelson Fernández a ver lo que hacían en el campo corto Rodolfo Puentes y Giraldo González; miles de aficionados se escaparon luego de escuelas, centros de trabajo y casas para verlo jugar a él en el Latinoamericano.
A Germán Mesa la mayoría lo sigue considerando el torpedero más espectacular, el más atrevido, el mago del campo corto y de la pelota cubana. Campeón olímpico, tres veces monarca mundial y triple oro nacional, son solo algunos premios que guardan hoy su vitrina.
A los 17 años entró silencioso a las Series Nacionales, en las que vistió primero de rojo para cuatro años después llegar al sueño azul de los Industriales, toda pasión, toda perfección, cual ilusionista que comenzaba a divertirse en el béisbol con manos ágiles para coger todo lo que pasara entre segunda y tercera y un poco más allá también.
El imán Mesa
Para graficar la magia de Germán Mesa en el campo corto solo bastarían recordar los tiros a primera sin mirar, las capturas de fly de espaldas al home, atrapadas felinas en movimiento hacia delante o los lados, y los pases relámpagos para doble play.
A los batazos que le llegaba Germán en su territorio defensivo otro torpedero ni lo intentaba. Una de sus principales virtudes recayó en hacer fácil lo difícil y en espectacular lo increíble.
Comenzó a ser comparado con los mejores paracortos del planeta, en especial Ozzie Smith, quien no pocas veces cuando le preguntaban si conocía algún pelotero igual o con más virtudes que él, siempre recordaba que en La Habana había uno, de apellido Mesa.
Fuera de todos los cánones para su posición hasta ese momento por su baja estatura y poca musculatura, Germán se las ingenió para brillar a partir de su talento natural para saltar, fildear, correr, batear.