La Habana, Cuba. – Lo dijo alguien una vez: no hay palabra ni pincel que llegue a manifestar amor de padre.
Junto a las madres, ellos son en Cuba el sostén de cada hogar, el primer maestro en la vida de sus hijos.
Con rectitud, pero con el corazón abierto a la ternura y el cariño, aprenden el oficio de padre, pues amar a los retoños es más que un simple sentimiento, implica tomar conciencia sobre ciertas responsabilidades, dar el ejemplo, orientar, educar, brindar el consejo oportuno.
Incontables son las historias de progenitores y descendientes en nuestra Patria, que orgullosa atesora un Padre: Carlos Manuel de Céspedes, paradigma para generaciones de cubanos que desde el primer acercamiento con su bebé quedan atrapados para siempre.
Padre a la luz del sol
El padre viene a completar la imprescindible unidad sin la cual no abriríamos los ojos en este mundo; con las añadiduras posteriores que permiten el disfrute de la vida.
Un 50 por ciento de genes, que es decir amor, para formar la esfericidad de donde partimos. Nada tan justo como el justo agradecimiento, por ese y todos los momentos de su participación.
Por la mano, por el beso, por los abrazos; sin estereotipos de árbol fornido bajo cuya sombra nos cobijamos y crecemos, porque ya se sabe de la fortaleza legendaria de las madres. El padre reclama en silencio nuestra reverencia a la luz del sol, y el tributo toma cuerpo de tradición. Somos gracias a sus aportes.
En familia, entonces, rendimos pleitesía al padre, porque de alguna manera también nos sentamos a la mesa del homenaje; nos convertimos en el destinatario del homenaje: la vida que prosigue el curso fecundo de la vida.