Por: Javier López
Cuenta el carismático guía del Jardín Botánico Nacional de Cuba que cerca del tronco de una palma real, ubicada a la salida de los pabellones de exposición, solía sentarse Fidel cuando iba a supervisar las obras que se ejecutaban en el singular escenario natural, idea a la que imprimió un excepcional interés.
Luego seguiría yendo al lugar, que de por sí es un remanso de paz, apropiado para meditar. Del hecho se expone una valla con la instantánea tomada en aquel entonces.
Los niños que asistían a una excursión planificada este verano, sin inducción alguna de los presentes, se sentaron alrededor de la misma palma real, adoptando la posición en que aparece el Comandante retratado.
¿Sería el magnetismo del lugar o una imitación involuntaria que provocó se repitiera el hecho? Este reportero cree que es mucho más, y brota del respeto al líder; aquellos niños saben que Fidel es Fidel.
La espiritualidad del espacio verde más importante de La Habana
El Jardín Botánico Nacional, desde su concepción, es un importante centro de investigación y conservación de la biodiversidad. De la amistad entre Fidel y el Doctor alemán Johannes Bisse surgió la idea en 1967.
Desde entonces, tuvo como objetivo preservar y exhibir la flora endémica y autóctona de Cuba, así como la investigación científica de la riqueza botánica.
Cuenta con una colección debidamente estructurada en sus 600 hectáreas y alberga más de cuatro mil especies, incluyendo ejemplares raros y en peligro de extinción.
En la actualidad, el Jardín Botánico Nacional ofrece recorridos educativos para el público en general y se ha convertido en un destino popular para los amantes de la naturaleza, tal y como lo soñó Fidel.