Su aparición en cualquier plaza artística de las muchas en que actuó provocaba siempre las más fervientes muestras de entusiasmo y admiración.
La Guanabacoa de Rita Montaner y Ernesto Lecuona fue también la villa en la que dio su primer vagido al mundo Ignacio Villa, o Bola de Nieve, como lo bautizó Rita La Unica, en alusión irónica a su color negro y su cuerpo algo pasado de libras.
Eso fue el 11 de septiembre de 1911 y, por reiterada casualidad, las vidas de esas TRES grandes figuras de nuestra música se volvieron a entrelazar en el quehacer artístico en genial aporte a la cubanía.
Con una voz de peculiar acento, y un estilo de decir el canto recitado sobre la música, Ignacio Villa logró conquistar al público de Cuba y el mundo, y es que cultivador de la canción afro, Bola de Nieve estaba catalogado como uno de los intérpretes de mayor oficio.
Un gran chansonnier
Bola de Nieve empezó a estudiar música a los ocho años, y luego cursó estudios de magisterio por la década del treinta del pasado siglo, pero la música lo desvió de la pedagogía y, a cambio, le ofreció la popularidad, como viajero infatigable por los principales escenarios del mundo.
Bola de Nieve, mostró siempre una manera personalísima de interpretar la canción. Fue autor de composiciones como Si me pudieras querer, Ay, amor, Tú me has de querer y muchas otras que cantaba acompañándose él mismo al piano.
Su voz no poseía una calidad técnica, quizá, pero su dicción, su ritmo y su expresión le hicieron un gran “chansonnier” al estilo de los franceses.
La muerte sorprendió al artista en Ciudad México, en 1971, en viaje hacia América del Sur, donde realizaría distintas presentaciones, poco después, el cadáver de Bola de Nieve fue trasladado a Cuba y sepultado en su Guanabacoa natal.