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Si pensabas que las rosas rojas eran totalmente originales, pues no es así. En realidad se trata de una mutación genética.

En el mundo de las rosas no hay ninguna especie silvestre de color rojo, pues los rosales no tienen el gen que produce ese pigmento.

Durante el año 1930, una mutación genética produjo las vivas tonalidades rojas que las caracterizan.

Mediante el cultivo de rosas, ese gen se incorporó rápidamente en el resto de las modernas. A partir de entonces había un nuevo color en los rosales, como sucedió en 1900, cuando se produjo la rosa de color amarillo brillante.

Fue así que también se buscó incansablemente una flor azul. El gen que produce dicha tonalidad —la delfinidina— no aparece de forma natural sino mediante ingeniería genética, fruto de años de investigación y cooperación entre una empresa australiana y una japonesa. 

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