Compartir

La Habana, Cuba. – Clara Irene Rodríguez Leyva exhibe sus más de 95 años de vida con una claridad mental envidiable.

El 13 de marzo de 1957, la entonces muchacha de 29 años, madre de dos hijas pequeñas, laboraba en un taller de costura en un edificio cercano a la Universidad de La Habana.

Clara Irene y sus compañeras escuchaban nuestra emisora y la sorpresiva alocución de José Antonio Echeverría, pasadas las 3 de la tarde, las estremeció a todas.

Cuando interrumpieron la transmisión, corrimos hacia el balcón y observamos a la gente corriendo, muchos asustados por lo que acababa de suceder en Radiocentro, subraya Clara Irene y comenta que, víctima del estupor, lo primero que pensó fue ir en busca de sus hijas para protegerlas, pero la dueña del taller la alertó de su imprudencia. Todo sucedió muy rápido, asegura.

Los disparos asesinos

Comenta Clara Irene Rodríguez Leyva que aquel 13 de marzo de 1957, ella y sus compañeras del taller de costura, apostadas en un balcón, observaron el desplazamiento de un auto que iba con las puertas semi abiertas.

En dirección contraria, a un costado de la Universidad habanera, dos soldados de la policía batistiana caminaban apurados en busca de cómplices de aquella acción inesperada.

Al verlos, José Antonio Echeverría les disparó desde el auto y ellos respondieron con sus balas asesinas, precisa Clara Irene y añade que pudo ver de cerca el horror de la muerte. Del auto sobresalía medio cuerpo ensangrentado; era el de José Antonio.

Tengo la impresión de que, si el líder de la FEU no hubiera disparado, los soldados no lo hubieran asesinado, pero la confusión nubló la mente del valeroso joven, sentencia Clara Irene.