Carlos del Porto Blanco
Quien controla el pasado controla el futuro, y quien controla el presente controla el pasado. George Orwell.
La relación entre la guerra cultural y la colonialidad del pensamiento es un elemento fundamental en la imposición de patrones ideológicos y simbólicos para mantener sistemas de dominación. Aquí expreso algunas claves al respecto. Samuel D. Hutington decía, “Los arquitectos del poder en los Estados Unidos deben crear una fuerza que sea sentida, pero no vista. El poder sigue siendo fuerte cuando permanece en la oscuridad; expuesto a la luz comienza a evaporarse”. Ese es uno de los peligros, el que muchas personas no se percatan del ataque al que están sujetos.
Hoy los símbolos constituyen la preparación artillera en la guerra cognitiva; la formación cultural de las personas es el sistema antimisiles para hacerles frente. En ese contexto traigo al presente al Ché Guevara, cuando expresaba en su libro “La guerra de guerrillas” de 1960, “[…] analizar exactamente cuál es el valor de un tanque en una lucha de este tipo, cuál el de un avión, analizar cuáles son las armas del enemigo… si hay posibilidad de elección, debe preferirse el mismo tipo que el usado por éste, pues el más grande enemigo de la guerrilla es la falta de parque, que debe proveer el contrincante.”
Cuando se usa el término colonialidad del pensamiento, se hace referencia a la internalización de estructuras coloniales en la cultura y el conocimiento, el sistema dominante impone su visión del mundo como «universal». Sus características incluyen:
- Negación de saberes locales y sustitución por modelos “occidentalcéntricos”. Un caso paradigmático es MacDonald o CocaCola.
- Control de la producción simbólica (educación, religión, medios) para legitimar jerarquías raciales y económicas. Vale la pena recordar a uno de los padres del movimiento neoconservador, Irving Kristol, cuando expresaba, “Nuestros misioneros viven en Hollywood”.
- Persistencia de paradigmas que etiquetan a los pueblos no occidentales como «atrasados» o «bárbaros». Algo sobre lo que ha alertado el presidente cubano cuando ace un llamado a retomar el documento martiano “Vindicación de Cuba”.
Este fenómeno no se puede analizar limitándolo al colonialismo histórico, ya que se reactualiza constantemente utilizando mecanismos como el racismo sistémico y el control de las narrativas. No basta con contar la historia, hay que saber contarla y adecuarla a los tiempos concretos.
Las herramientas en el enfrentamiento por el control de las subjetividades en el capitalismo globalizado, entre otras, son.:
- Medios de comunicación y entretenimiento: difunden el individualismo, el consumismo y los valores del «sueño americano» como únicos modelos válidos.
- Homogeneización cultural: borra o minimiza las identidades locales mediante la estandarización de gustos, lenguajes y comportamientos.
No puede desconocerse que hoy el principal instrumento de dominación con que cuenta el imperialismo es la guerra cultural, la cual se expresa en múltiples formas de subversión política ideológica. Se ha logrado que en todo el mundo prevalezcan de manera aplastante los patrones de su industria del entretenimiento y de la maquinaria mediática a su servicio. La humanidad sufre en el presente la ofensiva de una operación de colonización cultural a gran escala. Se trata de imponer el frívolo e injusto modelo del llamado sueño americano, denunciado tempranamente por nuestro Héroe Nacional José Martí.
- Manipulación emocional: prioriza mensajes que desactivan el pensamiento crítico y promueven la aceptación pasiva del statu quo. caso paradigmático son las telenovelas, las series y los films tipo comedia. Esto tiene un basamento neurofisiológico y psicológico, que se utiliza muy bien por las productoras alineadas al gran capital.
Esta “guerra” busca neutralizar las resistencias, al presentar el Capitalismo como único horizonte posible, mientras demoniza otras alternativas sociales. Un caso que ilustra esto fue la campaña “Conmoción y pavor” [1]desplegada por el gobierno estadounidense cuando la Guerra del Golfo.
Según Fernando Martínez Heredia, “El colonialismo ha sido la forma fundamental y decisiva de la universalización de las relaciones mercantiles, de la individualización de las personas y la oposición de todos contra todos –forzada por el poder del dinero y por las violencias del poder–, de la homogeneización de los patrones de consumo y la generalización de determinadas relaciones sociales fundamentales y sus valores correspondientes, a escala planetaria. En dos palabras, ha sido la forma principal de universalización del capitalismo”.
José Martí, uno de los primeros grandes pensadores anticoloniales que comprendió el imperialismo, escribió en 1884: «¡Robaron los conquistadores una página al universo!». Pero no se puede olvidar nunca que desde el inicio se trataba de un negocio, el más despiadado y abarcador, el más opuesto al bienestar, la dignidad y el despliegue de la condición humana y la convivencia social que se ha inventado.
La guerra cultural se propone que todos y en todas partes acepten el orden que impone el capitalismo como la única manera en que es posible vivir la vida cotidiana, la vida ciudadana y las relaciones internacionales. Uno de sus objetivos cardinales es que olvidemos la gran herencia que nos brinda precisamente la acumulación cultural constituida por la historia horrorosa del colonialismo y la historia de las resistencias y las rebeldías de los pueblos. Reprimidos o tolerados, aplaudidos o condenados por ser diferentes, pero siempre explotados, discriminados y avasallados, pretenden que renunciemos al pasado y el futuro y asumamos una homogeneización de conductas, ideas, gustos y sentimientos dictada por ellos.
Existe toda una lengua para lograr que las mayorías piensen como conviene a los dominadores o, en muchos casos, que no piensen. El principio de soberanía nacional ha sido sumamente debilitado en el mundo actual, pero eso se oculta mediante expresiones como «lucha contra el terrorismo», «intervención humanitaria», «tratados de libre comercio», «defensa de los derechos humanos», «países fracasados» y otras. En el siglo XXI, los imperialistas vuelven a ocupar militarmente países, pero a los ocupantes se les llama de cualquier manera menos invasores. Tratan de convertir en naturales las relaciones de vasallaje, el intervencionismo, el pago de tributos, el saqueo de los recursos. Lo que pretenden, en general, es desinformar, confundir, manipular, crear una opinión pública obediente –y, si es posible, entusiasta en su obediencia–, y convertir a las personas en público.
El peor error que puede cometer un revolucionario, decía Fidel, es no pensar. Hay que ejercitarse en pensar, en argumentar, en razonar; en ver la realidad en su devenir y en toda su complejidad, más allá de las coyunturas”. Es por ello que oponerse a la idealización del paradigma estadounidense de modernidad y progreso, ola que arrastra a algunos crédulos, es enfrentarse a posiciones anexionistas y coloniales.
El escenario se complejiza, pues esa guerra se desarrolla en medio de la revolución tecnológica trepidante que favorece la generación constante de imágenes e información, la cultura Tik Tok. El empleo de fórmulas comunicativas eficientes, derivadas de las técnicas de la mercadotecnia impone gustos, valores y necesidades, a la vez que viste de credibilidad un mensaje cada vez más manipulado. Es imposible cerrar fronteras a esta avalancha y, por otra parte, inscritos como estamos en la era de la globalización, tenemos que sustentar el debate ideológico en una información de amplio horizonte, veraz y creíble. El receptor de hoy no es el de hace medio siglo.
Traigo a colación un fragmento de la carta del Generalísimo Máximo Gómez Báez, el 8 de mayo de 1901, al patriota puertorriqueño Sotero Figueroa: “[…] El triste pasado ya lo conocemos, y en el presente abierto tenemos el libro de nuestras tristezas para leerlo. Lo que tenemos que estudiar con profundísima atención, es la manera de salvar lo mucho que aún nos queda de la Revolución redentora, su Historia y su Bandera. De no hacerlo así, llegará un día en que perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee.”
La guerra cultural desatada por los centros de poder que operan a escala global, es en esencia, contra la juventud. Es como una empresa invisible, glamorosa, embaucadora; que trata de impedir la construcción del pensamiento propio en respuesta al pensamiento único globalizado, que busca masificar las conciencias y someterlas a las pérdidas de las identidades culturales, al consumismo, a la falta de libertad, a ese pensamiento que se basa en la dominación y no en la liberación de los pueblos.
Sobre esto, recuerdo lo planteado por Allan Wels Dulles, quien fuera director de la CIA (1953 – 1961). Durante mucho tiempo se planteó que la cita se encontraba en su libro The Craft of Intelligence (El arte de la Inteligencia, 1963); pero todo indica que está tomada de un informe de un agente de la KGB infiltrado en los Estados Unidos y parece que se encontró en unos documentos desclasificados por Rusia.
Y añadía […] Sólo unos pocos acertarán a sospechar e incluso comprender lo que realmente sucede. Pero a esa gente la situaremos en una posición de indefensión, ridiculizándolos, encontrando la manera de calumniarlos, desacreditarlos y señalarlos como desechos de la sociedad. Haremos parecer chabacanos los fundamentos de la moralidad, destruyéndolos. Nuestra principal apuesta será la juventud. La corromperemos, desmoralizaremos, pervertiremos (…)».
Se trata de una guerra también de los modelos de vida, de los conceptos de felicidad, del modo de vida capitalista en el cual los objetos determinan el valor de las personas, reproduciendo en el imaginario social que cualquiera puede llegar a hacerse rico. A lo que aspira el imperialismo es a desideologizar nuestra propia vida, cambiar nuestras mentes y ganar la guerra cultural.
Como botón de muestra traigo un extracto de In Praise of Cultural Imperialism, del funcionario de la administración Clinton David Rothkopf, fechado en 1997 […] Inevitablemente, Los Estados Unidos son la nación indispensable en el manejo de los asuntos globales y el principal productor de productos informativos … es interés político y económico de Estados Unidos asegurarse de que si el mundo se dirige hacia un idioma común, éste sea el inglés; de que si el mundo se dirige hacia normas en materia de calidad, seguridad y telecomunicaciones comunes, éstas sean americanas; de que si el mundo se está interconectando a través de la música, la radio y la televisión, su programación sea americana; y que si se están desarrollando valores comunes, sean valores con los que los americanos estén cómodos. Para Estados Unidos, uno de los objetivos básicos de la política exterior en la Era de la información debe ser ganar la batalla de los flujos informativos, dominando las ondas al igual que Gran Bretaña reinó una vez sobre los mares.
Unas exiguas corporaciones, muy poderosas, imponen los paradigmas, ídolos, modas y formas de vida que predominan actualmente en nuestra época. Sus mensajes, en apariencia variados, forman parte de un discurso único, hegemónico, que asocia felicidad y consumo, éxito y dinero, que hace una apología constante del capitalismo y de la superioridad imperial; que se empeña en descalificar todo pensamiento independiente y cualquier causa que se oponga a sus intereses. Junto a la instigación permanente al consumismo promueve, además, el individualismo y egoísmo que desideologiza y desmoviliza.
Para ilustrar esta idea, vuelvo nuevamente a expresado por Dulles, “[…] El objetivo final de la estrategia a escala planetaria, es derrotar en el
terreno de las ideas, a las alternativas a nuestro dominio mediante el deslumbramiento y la persuasión, la manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario colectivo” […] Sin que sea percibido, sustituiremos sus valores por otros falsos y les obligaremos a creer en ellos”.
Sobre esto Frei Betto, plantea una tarea irrealizad, “[…] El primer deber del educador no es formar mano de obra especializada o calificada para el mercado de trabajo. Es formar seres humanos felices, dignos, dotados de conciencia crítica, participantes activos en el desafío permanente de perfeccionar el socialismo (…), nombre político del amor”.
La era de Internet y la Inteligencia Artificial Generativa han cambiado el escenario. El ser humano contemporáneo desarrolla hasta límites insospechados el mundo de las infocomunicaciones, el cual lo incluye y trasciende, sin embargo, no ha sabido ser lo suficientemente sabio para salvarse a sí mismo y preservar la esencia de la vida. Aparece nuevamente el síndrome de Prometeo, el Golem, Frankestein y María en el film Metrópolis.
El asedio de la hegemonía neoliberal, las campañas para desvalorizar la memoria de los pueblos, desacreditar la historia, desmontar los símbolos y simplificar o satanizar las culturas autóctonas, forma parte de las tácticas imperialistas para imponer su hegemonía a nivel mundial. La cultura chatarra que preconiza el consumismo, el individualismo, la violencia, el sexo, la prepotencia y el patrioterismo imperial, entre otros temas, tratan de imponer modelos seductores de hábitos y conductas ajenos a los valores originales de los pueblos. Por eso es vital estudiar a fondo a los ideólogos imperiales, estos nos dan las pistas de por dónde puede venir el golpe. El asesor de Seguridad Nacional durante el gobierno del presidente Jimmy Carter (1977 – 1981) y pensador orgánico del Imperio, Zbigniew Brzezinski, decía en su texto, Entre dos edades: El papel de Estados Unidos en la era tecnológica, de. 1971. “[…] En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos no coordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón.
La industria del entretenimiento frívolo gana cada vez más adeptos en niños y adultos. Una legión bien dotada de personajes de series, películas y telenovelas; superhéroes y barbies, portadores en lo esencial del extremo egoísmo capitalista, conforman el “caballo de Troya” que antecede a los portaaviones y los misiles para asesinar en nombre de la civilización y los derechos, vendiendo a los más jóvenes las supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social: Es es la guerra de los símbolos. Eso es la materialización del postulado expresado por John Arquilla en “The Emergence of Noopolitik: Towards an American Information Strategy”, de 1999, cuando dijo, “[…] No es quien tenga la bomba más grande quien ganará los conflictos del mañana, sino el que narre la mejor historia”.
Vuelvo a Allen Dulles, cuando expresara “[…] Debemos lograr que los agredidos nos reciban con los brazos abiertos, pero estamos hablando de ciencia, de una ciencia para ganar en un nuevo escenario la mente de los hombres. Antes que los portaaviones y los misiles, llegarán los símbolos, los que venderemos como universales, glamorosos, modernos, heraldos de la eterna juventud y la felicidad ilimitada”.
La creación en los Estados Unidos, el 23 de junio de 2009, del Comando del Ciberespacio con el propósito de tener un “alcance mundial, vigilancia mundial, poderío mundial” llama a reflexionar sobre lo que revela Daniel Estulin en su libro Los secretos del Club Bilderberg alrededor de las intenciones de importantes grupos de poder que aspiran a un planeta prisión mediante un mercado globalizado, controlado por un gobierno mundial único, vigilado por un ejército mundial, regulado por un banco mundial y habitado por una población controlada por microchips; todo conectado a una computadora global que supervisará cada uno de nuestros movimientos. Las nuevas guerras, desde entonces, no se escenifican solo en el aire, el mar y la tierra, sino también en los escenarios virtuales. Se define el ciberespacio como nuevo campo de batalla del siglo XXI, de eso ya en su tercera década no queda duda alguna.
El General de Ejército Raúl Castro Ruz, afirmó, “[…] No pocas analogías, pueden encontrarse en los manuales de guerra no convencional, aplicados a varios países de nuestra región latinoamericana y caribeña, como hoy sucede en Venezuela y con matices similares se ha evidenciado en otros continentes, con anterioridad en Libia y actualmente en Siria y Ucrania. Quien tenga duda al respecto lo invito a hojear la Circular de entrenamiento 18-01 de las Fuerzas de Operaciones Especiales norteamericanas, publicada en noviembre de 2010 bajo el título La Guerra no Convencional”.
Esa directiva aborda la táctica paso a paso hacia la subversión, expresa que la intención fundamental que posee el gobierno de los Estados Unidos es explotar las vulnerabilidades psicológicas, económicas, militares y políticas de un “poder hostil”, desarrollando y sosteniendo a las fuerzas de resistencia a fin de lograr los objetivos estratégicos de Washington.
Las Guerras de Cuarta Generación, no emplean la fuerza de un arma convencional, sino que, a través de medios creativos, innovadores, tecnológicos y tácticas cautelosas, logra llevar a cabo las intenciones que se plantean. Actualmente esta modalidad de guerra está erigida no solo como forma principal de agresión, sino como instrumento estratégico de la política exterior norteamericana.
Existe una interconexión entre los conceptos que ilustro:
- La colonialidad opera como sustrato histórico que normaliza la superioridad cultural de las potencias, mientras la guerra cultural es su instrumento contemporáneo de reproducción.
- Ambas buscan desideologizar a las sociedades: la primera lo hizo mediante la evangelización y el eurocentrismo; la segunda, a través del neoliberalismo (a los que Frei Betto llama Globocolonización) y el control mediático.
- Se complementan en la destrucción de proyectos emancipatorios, como señala Fidel al denunciar la globalización cultural como «arma de dominación imperialista»
Quiero concluir citando un fragmento de una carta de Karl Marx a Kugelman en 1871 «[…] Hasta ahora se había creído que la emergencia de los mitos cristianos durante el imperio romano había sido posible sólo porque todavía no se había inventado la imprenta. Pero es precisamente lo contrario. La prensa diaria y el telégrafo, que en un momento propaga sus inventos por toda la tierra, fabrican más mitos en un día de los que en el pasado se creaban en un siglo.»
Termino planteando que la colonialidad del pensamiento y la guerra cultural son dos caras de un mismo sistema de dominación. Mientras la primera estableció marcos mentales jerárquicos, la segunda los perpetúa mediante mecanismos posmodernos. Como contrapartida, se debe reivindicar la lucha por la soberanía cognitiva y la diversidad cultural.
Referencias.
- Martínez Heredia, Fernando. El colonialismo en el mundo actual. Cubadebate. 20 diciembre 2012. http://www.cubadebate.cu/especiales/2012/12/20/el-colonialismo-en-el-mundo-actual/
- Rodríguez Barbán Roilán. LA GUERRA CULTURAL Y SIMBÓLICA. Dialogar, dialogar. 5 mayo. 2017 https://dialogardialogar.wordpress.com/2017/05/05/la-guerra-cultural-y-simbolica/
[1] Conmoción y pavor: Según Wikipedia: Shock and awe, técnicamente conocida como Dominio rápido) es una doctrina militar basada en el uso de poder abrumador, conciencia del campo de batalla dominante, maniobras dominantes y demostraciones espectaculares de fuerza para paralizar la percepción del adversario de un campo de batalla y destruir su voluntad de luchar. La doctrina fue escrita por Harlan K. Ullman y James P. Wade en 1996 y es un producto de la Universidad Nacional de Defensa de los Estados Unidos.