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Carlos del Porto Blanco

En un mundo cada vez más virtual se da por sentado que cada post, blog o página web permanecerán de forma indefinida. Muchas personas tiran a la basura los libros de papel porque ocupan espacio, confiados en que el conocimiento quedará almacenado en forma de unos y ceros. Pero lo cierto es que en Internet se pierde mucha información, a veces sin que nos demos cuenta. Sobre eso se hablará en la columna de hoy, la fragilidad digital.

Lo pequeño es hermoso y eficiente al mismo tiempo, ya que a menudo el tamaño incrementa la fragilidad. Nassin Taleb.

La sociedad y la economía digital en la que vive una parte no despreciable de la población del planeta, siente de vez en vez su extraordinaria vulnerabilidad. Un apagón, huracanes, la “caída” de una plataforma informática, un ataque cibernético, una tormenta solar u otro accidente paraliza numerosos servicios esenciales para la vida cotidiana y pone en evidencia hasta qué punto la contemporaneidad depende de la energía y de la interconexión digital para su funcionamiento. Esa dependencia no es un fenómeno puntual ni pasajero, sino una tendencia estructural que continuará intensificándose en los próximos años.

La “fragilidad digital”, es un concepto que abarca los problemas potenciales, fallos o errores de los sistemas asociados a la digitalización y que ha sido expuesto por organizaciones como la ETSI (Instituto Europeo de Normas de Telecomunicaciones), esta es la organización de normalización de la industria europea de las telecomunicaciones, y fue creada en 1988.

Esa fragilidad debe diferenciarse de otras interpretaciones como la vulnerabilidad (palabra más apropiada en referencia a los ataques cibernéticos) o la falta de resiliencia. Todo el entramado de comunicaciones, datos y servicios descansa sobre un cimiento físico indispensable: la energía eléctrica. Sin ésta, todo el edificio digital se tambalea y, con él, también nuestras rutinas diarias, nuestras transacciones financieras, nuestra comunicación, nuestra seguridad y nuestra vida.

Cuando se analiza la situación actual, se aprecia que una característica inherente a las tecnologías digitales, es que ésta requiere un esfuerzo consciente para su preservación. Hay que cambiarla de formato y de soporte a diferencia de otros formatos tradicionales como el papel, el papiro y las tabletas de arcilla con escritura cuneiforme de los sumerios, que aún hoy pueden verse en prefecto estado de conservación en muchos museos. Si usted tiene fotos antiguas de su familia en una caja, ellas van a seguir ahí probablemente, salvo accidente o catástrofe, durante muchas décadas.

Sin embargo, las fotos que tiene en un dispositivo digital, o las salva y las va cambiando de formato o se perderán. Lo mismo sucede con la información almacenada en la Web. Cuando se visita una página web, se debe estar consciente de que esas páginas están hospedadas en algún servidor, que alguien tiene que mantener y que eso tiene un costo.

Ese dominio de Internet tiene que ser renovado para que no se pierda. Las tecnologías van cambiando. Por ejemplo, hoy muchas personas consumen contenidos digitales por streaming. Hace 15 o 20 años había otras tecnologías, quizás usted recuerde a Flash. Si una organización no renueva un dominio, si un servidor se estropea y no se vuelve a levantar, o si una gran cantidad de contenidos que se realizaron en Flash no se actualizan, toda esa información se va a perder.

Con el paso del tiempo la información que se almacenó en determinado formato, deja de ser accedida por los usuarios. Las personas encargadas de mantener esa información se olvidan de que existe y, poco a poco, esos contenidos se van “evaporando”. El medio digital The Conversation publicó la estimación que hizo un profesor durante una charla en la Universidad de Oviedo. Este docente tomó todos los enlaces que había publica a lo largo de más de 15 años en X, entonces Twitter, y analizó cuántos aun existían. Casi un tercio había desaparecido. No es un valor con base científica, para da una idea.

Usted que me lee, podría preguntarse, ¿Sería posible un apagón digital como en Blade Runner 2049 que borre todos los registros digitales? Ese escenario es altamente improbable y no debería ocurrir, salvo una situación total y absolutamente catastrófica. Sin embargo, debe existir consciencia por parte de los responsables de su custodia e ir preservando sistemáticamente la información de todas las entidades y plataformas.

Otro elemento a considerar es que determinadas empresas tecnológicas pueden decidir cerrar determinadas plataformas porque no se justifican económicamente, y lo han hecho, como fue el caso de Geocitis, Yahoo, Tuenti, Yahoo Respuestas, y otras. Esto provocó la pérdida de un millón de textos, imágenes y conservaciones que documentaban parte de la vida de muchas entidades, personas y de la cultura digital. También hay decisiones empresariales, basadas en cuestiones políticas o ideológicas, que deciden retirar determinados contenidos de la Web, Cultura de la Cancelación, los casos de canales de Rusia, Venezuela, Cuba y otros países “incomodos” para Alguien, son frecuentes.

Las escuelas, los medios de comunicación y las administraciones públicas tienen un papel fundamental en la educación de la ciudadanía, con el objetivo de que actúe adecuadamente ante contingencias. Ejercer la alfabetización digital, simulacros periódicos de desconexión, guías de actuación y sistemas de alerta deben formar parte desde las edades más tempranas, de un enfoque integral. Esto no es algo para mañana, como se dice popularmente, era para ayer.

La ocurrencia de “apagones digitales” no es una posibilidad remota, sino una certeza creciente en el horizonte de la era digital. Aprender de cada crisis, fortalecer las capacidades de respuesta y diversificar las fuentes de resiliencia no es una opción: es la única vía para garantizar que la digitalización y los procesos de transformación digital sigan siendo una promesa de progreso y no un riesgo existencial.

El auge de las energías renovables, no ha venido acompañado de una cultura de autoconsumo. Aunque se avanza en la instalación de paneles solares y pequeños aerogeneradores, en entidades empresariales y sujetos privados, la mayoría de estos sigue dependiendo de la red eléctrica general. Eso implica que, en situaciones de emergencia, la generación descentralizada no cumple un papel de respaldo efectivo. La promoción de sistemas de almacenamiento energético doméstico y comunitario debe valorarse. De esa forma, aumentaría la resiliencia de las comunidades frente a crisis energéticas o de otro tipo.

En los tiempos convulsos y amenazantes que se viene, los fallos accidentales son tan probables como las agresiones deliberadas, o ciberataques dirigidos contra infraestructuras críticas. Una sociedad que aspire a estar verdaderamente digitalizada TIENE que disponer de mecanismos alternativos o “analógicos” de respaldo, listos para activarse en caso de emergencia, además de protocolos y guías previamente conocidas por la población, con el apoyo de todos las partes.

Hay que tener conciencia de todo lo que queda expuesto en el ecosistema digital: el sistema financiero, los servicios de pago, las centrales de alarma, la conexión con los servicios de emergencia, el suministro de agua, el transporte, la logística de alimentos y medicamentos, entre muchos otros y, por supuesto, las redes de comunicaciones por cable y móviles, quizá la columna vertebral del ecosistema digital.

La interconexión no solo potencia la eficiencia y la competitividad, sino que también multiplica los riesgos en cascada: una caída en un sector puede desencadenar fallos en cadena que afecten a numerosos ámbitos vitales. En el caso específico de la Isla, pese a todas las limitantes que tenemos, de manera ascendente se van incorporando servicios al mundo digital, pago de servicios, compra de pasajes para transporte interprovincial, espectáculos culturales y otros. Si la red de comunicaciones deja de funcionar o se agota la batería en el dispositivo, se está ante un problema.

La cultura popular dice “A lo bueno todo el mundo se acostumbra rápido”. Hoy las personas viven confiadas en los nuevos medios digitales. Pero, pero siempre habrá una primera vez para darse cuenta de que, aunque sea con probabilidad remota, puede ocurrir un fallo del sistema. Experiencias recientes, no sólo en Cuba, muestran, por ejemplo, el valor que mantiene la radio analógica como único medio fiable de información durante un apagón total. En ausencia de redes móviles y de internet, las personas solo pueden conocer lo que sucede a través de las emisoras radiales tradicionales. Ese hecho ratifica la necesidad de preservar y fortalecer las tecnologías analógicas, las mismas que a menudo se consideran obsoletas, pero que resultan vitales en situaciones de crisis.

En una sociedad hiperconectada, la ausencia de información o su manipulación agrava la incertidumbre, propaga bulos y genera desconfianza. La comunicación debe ser proactiva, y debe evitar tanto la minimización del problema como el alarmismo. Se debe promover una actuación coordinada y solidaria por parte de la población. En una coyuntura de transformación tan profunda como la actual, la confianza es un recurso estratégico. Sin ella, los ciudadanos no apoyarán nuevas innovaciones ni asumirán los cambios necesarios para adaptarse a una economía cada vez más basada en datos, conectividad y automatización.

La preparación de las instituciones y la ciudadanía es vital para encarar situaciones que he mencionado. Nos guste o no, la repetición de incidentes similares a los comentados no es una posibilidad remota, sino una certeza creciente en el horizonte de la era digital. Aprender de cada crisis, fortalecer las capacidades de respuesta y diversificar las fuentes de resiliencia no es una opción: es la única vía para garantizar que la digitalización siga siendo una promesa de progreso y no un riesgo existencial.

Cada vez más información se publica en formato digital y a menudo sin una copia física; esto va desde boletines oficiales hasta las actas parlamentarias. Se está produciendo más contenido que nunca, pero en formatos muy volátiles, que se pierden también más rápido de lo imaginado por muchos.

Hoy no se necesita de un radio, aunque con un apagón masivo, todo el mundo se acordará de su falta. No se necesita de un libro de texto o una enciclopedia en papel, por la inmediatez que se tiene con la información en línea; pero, si, siempre hay un pero, esto tiene una contrapartida, y es que se necesitan esfuerzos y recursos considerables para que esa información se preserve.

Puede que alguien, de manera totalmente fortuita, se encuentre dentro de 20 años un libro de texto, un diccionario o una enciclopedia con la que hizo alguna de sus tareas, pero va a ser altamente improbable que, salvo que se hagan esfuerzos colosales, que encuentre esa página de Ecured o Wikipedia en la que leyó tal cosa y con la que hizo ese trabajo de ciencias naturales o de historia. La información digital permite una gran inmediatez, pero tiene como contrapartida que se tiene que ser conscientes de que es frágil y que no va a sobrevivir por puro azar. Esa información requiere realizar esfuerzos continuos para preservarla y cambiarla de formato y de soporte. Esa es una tarea de todos. Manos a la obra.

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