Ciego de Ávila, Cuba. – ¡Cuántos padres del mundo merecen ser recordados!, sin embargo, todos estaremos de acuerdo si traemos de ejemplo a Ernesto Guevara cuando se cumple el aniversario 94 de su natalicio.
Padre de tantos, de tantos cubanitos que, en su desayuno matutino, mantienen a diario que quieren ser como Él y con ello patentizan el pensamiento del guerrillero heroico: Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro.
Convencidos de que así vivimos, nunca valoraremos de inútil un pensamiento o una acción; nuestro existir no será en vano y en la medida que entreguemos lo mejor, en cada momento mostraremos nuestra grandeza.
La Revolución no se lleva en los labios para vivir de ella, sino en el corazón para morir por ella. Así lo manifestó; no malgastó su tiempo, lo necesitó para amar a la humanidad. Esa fue la forma de justificar su existencia.
Le llamaban Che
En enero del 59, el Che entró en La Habana y se instaló en la fortaleza de La Cabaña. Después estuvo en el Congo y se llamó Tatu. Luego, en Bolivia, se nombró Ramón y volvió al camino con su adarga al brazo.
El 8 de octubre de 1967 en una escuelita rural, antes de morir, le indicó a la maestra una falta de ortografía en la pizarra. Poco después lo ametrallaron; sus últimas palabras fueron: Dispare, no tengan miedo; aquí hay un hombre. ¿Qué culpa tengo yo de tener la sangre roja y el corazón a la izquierda?
Demostró que no se vive celebrando victorias, sino superando derrotas. Por esas, tus enseñanzas, eres universal, Che.
Como dijera José Martí, no basta escribir una historia patriótica, sino vivirla. Ernesto Guevara, la tierra no es capaz de dar suficientes flores para ofrecerte siempre.