La Habana, Cuba. – Setenta años atrás, un grupo de jóvenes liderados por Fidel Castro -armados de un patriotismo inquebrantable- fueron al asalto de dos fortalezas militares en Santiago de Cuba y Bayamo.
Entendieron que era la hora de poner a los cubanos en pie e iniciar una hoja de ruta para hacer cuajar la Revolución. Había que reanudar la guerra necesaria que José Martí dejó inconclusa. Él dio las pautas y el asidero de su ideario.
El plan estratégico era ocupar las armas en los cuarteles Moncada y Céspedes y llamar al pueblo al levantamiento para derrocar la dictadura de Fulgencio Batista instaurada tras un golpe militar, pero varios imponderables hicieron fracasar la operación.
La cacería de los asaltantes fue feroz. Y espantoso el rastro de tortura y muerte. Pero fue una sacudida a la conciencia nacional. Aquellos intrépidos hombres no dejaron morir al Apóstol en el año de su centenario.
Otros tiempos, otros Moncada
Las acciones del 26 de julio marcaron un hito en la historia de redención de Cuba.
Fue un duro comienzo en el camino para hacer la Revolución encabezada por Fidel, el rebelde por muchas causas; el líder que forjó la unidad necesaria para construir un país con equidad social, digno y soberano.
Y aunque la marcha ha sido siempre con vientos en contra, incuestionables son las conquistas. Estos son tiempos de seguir asaltando Moncadas, sin desalientos ni desidia, para neutralizar las arremetidas implacables del imperio y sus cipayos; para crecer en busca del bienestar merecido por este pueblo, a medida que también se rectifiquen rumbos torcidos, se encaren errores, vicios y delitos.
Cada día se pone a prueba la fortaleza del socialismo en Cuba. Perfeccionarlo, hacerlo irreversible, es un compromiso sagrado para la mayoría de los cubanos.