La Habana, Cuba. – Si a un cubano le preguntásemos en cualquier rincón del país por la pandemia de COVID-19 seguramente pondría cara de asombro y buscaría en el recuerdo los malos momentos vividos entre marzo de 2020 y finales de 2021.
Quizás saltarían algunas lágrimas al rememorar que aquella rara enfermedad se llevó de la noche a la mañana un ser querido cercano o hasta alguna destacada personalidad. Recordaría los hospitales en situación crítica por el estrés del personal médico, la falta de medicamentos o del imprescindible oxígeno. Es posible que luego suelte con estridencia la siguiente frase: “¡hasta que llegaron nuestras vacunas y lo cambiaron todo!”.
No se asombre si al hacer la misma indagación en otras naciones del orbe las respuestas no fueran las mismas. La pandemia sigue siendo un problema en los Estados Unidos, por ejemplo, aunque las autoridades manifiesten que se ha logrado avanzar significativamente en la lucha contra el virus. La realidad es que la situación no ha sido completamente superada.
A pesar de que la vacunación ha progresado y millones de personas han sido inoculadas, todavía hay una parte significativa de la población que no está “a salvo”. Esto ha provocado que el virus siga circulando y haya brotes alarmantes en algunas áreas puntuales del país, incluso mutaciones que ponen a pensar a los científicos.
Por ello en algunos estados las autoridades de salud pública continúan instando a practicar medidas de prevención como el uso de mascarillas en lugares cerrados y concurridos, el distanciamiento social y el lavado frecuente de manos. También el pedido a las personas que aún no han sido vacunadas que lo hagan lo antes posible.
Tampoco se asombre si lee que el movimiento antivacunas en los Estados Unidos sigue impactando en una minoría de individuos que se oponen o tienen preocupaciones sobre la seguridad y eficacia de las vacunas generadas por las principales farmacéuticas del patio. También que existen grupos y movimientos que promueven y alimentan ideas sobre teorías conspirativas y miedos infundados. Estos grupos a menudo utilizan las redes sociales y otros medios de comunicación para difundir los mensajes, tal vez incomprensibles para un cubano que voluntariamente se ha inoculado cinco veces en dos años.
La pandemia de COVID-19 sigue teniendo impactos significativos en la economía de los Estados Unidos y ha exacerbado desafíos relacionados con la pobreza. Si bien es difícil proporcionar cifras exactas sobre el crecimiento de la pobreza después de la pandemia, se ha observado un aumento en la inseguridad económica y la desigualdad.
La pérdida de empleos debido a que empresas y compañías se vieron obligadas a cerrar o reducir las operaciones debido a las restricciones impuestas para controlar la propagación del virus es uno de los efectos múltiples, estrechamente relacionado con la reducción de los ingresos medios, incluso para aquellos que no perdieron sus empleos y tuvieron que enfrentar recortes salariales, reducción de horas de trabajo o suspensiones temporales, lo que afectó la capacidad para cubrir necesidades básicas.
Es imposible dejar de mencionar la ampliación de las brechas de desigualdad económica y social preexistentes en la Unión, es el caso de las personas en situaciones económicas precarias, como los trabajadores de bajos ingresos, las comunidades minoritarias y los indocumentados y las mujeres. El mismo segmento ha visto reducido el acceso a la ayuda gubernamental, dejando a muchos en situaciones de mayor vulnerabilidad.
Al profundizar en la realidad actual podemos apreciar que la pandemia de COVID-19 también tiene un impacto significativo en múltiples aspectos sensibles y de repercusión a largo plazo en la sociedad norteamericana.
Por ejemplo, el sector educativo ha sido ampliamente afectado. Las escuelas y universidades tuvieron que cerrar temporalmente, implementándose la educación a distancia para tratar de mantener el aprendizaje, aunque a todas luces no ha tenido la efectividad deseada, generando nuevos desafíos en términos de acceso a las tecnologías de la comunicación y la información en relación con la calidad que se ofrece. No se puede desconocer que también los estudiantes han enfrentado dificultades emocionales y sociales al no poder interactuar de manera presencial con sus compañeros y profesores.
Uno de los efectos más sutiles de la pandemia ha sido la afectación a la salud mental. El aislamiento social, el miedo al contagio y la incertidumbre por el futuro han generado un aumento en los niveles de estrés, ansiedad y depresión, reflejándose en el aumento de la violencia.
Las relaciones sociales han disminuido las interacciones entre las personas, siendo evidentes en las cancelaciones de eventos, reuniones familiares y actividades sociales, lo que ha llevado a sentimientos de soledad y aislamiento. Muchos norteamericanos han tenido que adaptarse a nuevas formas de interactuar, utilizando herramientas virtuales para mantener el contacto con sus seres queridos.
Hoy Cuba, al igual que un reducido grupo de países, tiene la capacidad de contribuir a la solución de la pandemia de COVID-19 a nivel global, a su vez colaborarle a los Estados Unidos. El universo científico norteamericano sabe que la Isla desarrolla una industria médica sólida y cuenta con profesionales de la salud altamente capacitados. Reconocen que aún bajo las cruentas condiciones que impone el bloqueo económico, comercial y financiero Cuba despliega a profesionales de la salud en misiones internacionales, brindando asistencia médica en diferentes países.
Durante la pandemia las brigadas médicas cubanas estuvieron en Italia, Venezuela, México y otros que a solicitud recibieron médicos, especialistas, medicinas y protocolos de intervención epidemiológica. También que la nación caribeña ha desarrollado vacunas propias, como Soberana 02 y Abdala, utilizadas en su propia población y especialmente en la inmunización de la población infantil, un hecho sin precedentes en el escenario pandémico crítico.
Hoy puede aportar significativamente a la solución de la COVID-19 en los Estados Unidos, sin embargo, cualquier colaboración entre ambos países requiere superar múltiples obstáculos, comenzando por lograr sintonizar la voluntad política y de cooperación mutua, saltándose las presiones de los sectores más reaccionarios del Sur de la Florida y el lobby anti cubano. Dado el contexto político y las tensiones entre Cuba y los Estados Unidos indudablemente es un desafío que puede ser resuelto.
Por otra parte, cualquier contribución de Cuba a la solución de la pandemia estaría sujeta a los requisitos y regulaciones establecidos por las autoridades sanitarias y regulatorias de los Estados Unidos, como la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés). Esto implicaría un proceso de evaluación y aprobación para cualquier medicamento o vacuna cubana antes de ser usada en la nación norteña.
Cuba cuenta con un sector biotecnológico y de salud reconocido internacionalmente, con instituciones de investigación y desarrollo de alta calidad. Es el caso del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de Cuba, quienes además han desarrollado vacunas contra la meningitis B; y el Instituto Finlay de Vacunas ha creado la vacuna contra la hepatitis B, y hoy desarrolla otras de interés global.
No es un secreto que las relaciones políticas entre Cuba y los Estados Unidos han sido complicadas en las últimas décadas, lo que puede afectar la cooperación y el intercambio de tecnología.
Volviendo a la reflexión inicial, para cualquier cubano hoy la pandemia de COVID-19 es prácticamente un hecho del pasado, dado el desarrollo en materia de tecnología y conocimientos en el campo biotecnológico y de la salud alcanzados, también por la experiencia en el terreno práctico.
Cualquier cubano levantaría las dos manos ante la posibilidad de apoyar en la solución de los diversos flagelos que ha dejado el caprichoso virus en cualquier nación.
Pero si se trata de ayudar al pueblo de los EE.UU. los haría con algo más que el sentimiento de solidaridad que forma parte de nuestra naturaleza: con sumo respeto. En definitiva los norteamericanos han sufrido en igual magnitud las consecuencias del bloqueo impuesto por su propio sistema de poder a lo largo de 63 años.