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La Habana, Cuba. – Poco antes de su ejecución, Bartolomeo Vanzetti escribió a la hermana que era inocente, tenía alta la frente y la conciencia limpia: Muero como viví, luchando por la Libertad y por la Justicia.

En una cárcel del estado de Massachussets, Estados Unidos, Nicola Sacco anotó a la hija: Socorre siempre a los débiles que clamen ayuda, socorre a los perseguidos y a las víctimas; y agregó que caían por la dicha y la felicidad de todos.

El 23 de agosto de 1927, la silla eléctrica fue el final del proceso iniciado siete años atrás, cuando los emigrantes italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti fueron culpados de robo y asesinato en una fábrica de calzado de Massachussets.

Sin pruebas de haber ultimado al pagador y al policía que lo escoltaba, no importó la confesión de uno de los autores del hecho, quien dio pruebas de la inocencia de los dos obreros.

Medio siglo después

Con posturas anarquistas, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti no creyeron en el sueño americano: uno zapatero y otro vendedor ambulante, rápido comprendieron su destino en aquel suelo extraño.

Durante el proceso judicial, Cuba declaró en un manifiesto que la solidaridad nunca desmentida en nosotros había que ponerla a prueba una vez más; y tras el asesinato legal en la silla eléctrica, la opinión pública mundial se reveló en repulsa unánime.

Medio siglo después, en 1977, el gobernador de Massachussets admitió la inocencia de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, y firmó una declaración que contenía los desmanes del juicio.

El proceso, con testigos comprados, fue una de las mayores infamias de la Norteamérica de posguerra, necesitada de dar un escarmiento ante el avance del desempleo, el paro forzoso y el incremento del capital monopolista.