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Aunque dijera después, sin recato, que no pensaban matarlo por ahora, la afirmación de Donald Trump de que Estados Unidos sabe exactamente dónde se encuentra el líder supremo de Irán y la despectiva aseveración de que «es un blanco fácil», constituyen amenazas inadmisibles proferidas como vulgar matón, contra otro Jefe de Estado.

La advertencia del jefe de la Casa Blanca a Irán hace temer, ciertamente, una profundización del conflicto entre Tel Aviv y Teherán con esa anunciada y posible participación directa de Washington.

Pero también es una muestra de que, pese a la superioridad tecnológica del armamento estadounidense y los daños infligidos por Israel a la seguridad defensiva de Irán, la nación persa todavía es capaz (y, de hecho, lo está haciendo) de causarles daño. Y Trump pretende advertir contra un ataque a sus bases militares en la región.

Llamados desoídos

No ha hallado oídos receptivos la disposición a la paz formulada hace dos días por el Canciller iraní cuando declaró que si Israel detenía los ataques, su país haría lo mismo.

Los intercambios de misiles se incrementan, y ponen de relieve que la resistencia iraní puede ser más fuerte de lo esperado e, incluso, burlar los sistemas defensivos israelíes, que ha visto atacadas las bases aéreas desde las cuales lanzó los primeros misiles contra Irán.

Pero ello no es motivo para ufanarse. La escalada puede hacer estallar al Medio Oriente y replicarse si Washington se involucra. Según analistas, ese es un propósito del premier israelí Benjamin Netanyahu, que con ello conseguiría más respaldo directo en el objetivo de eliminar al Gobierno iraní, el último y más fuerte bastión de la resistencia regional contra el sionismo. El peligro está ahí.