La manera descarada en que Donald Trump regresó a nuestro país a la lista de países promotores del terrorismo, ha vociferado al mundo que la política de Estados Unidos es una bufonada; un circo donde decisiones trascendentes que afectan la vida de millones, son manipuladas para fungir como instrumentos de coerción.
Prescindiendo hasta de la mentira que utilizó en su primer mandato para declarar a Cuba como «Terrorista», Trump deshizo la medida adoptada hace apenas seis días por Joe Biden, como parte del total de 78 órdenes ejecutivas firmadas por el demócrata que el nuevo ocupante de la Casa Blanca revocó, poco después de asumir.
La decisión es una burla a las decenas de dignatarios y políticos, y cientos de hombres y mujeres en el orbe, que aplaudieron, por justa, la exclusión de Cuba. Y sigue hundiendo en el descrédito a la política del Imperio.
Prepotencia consecuente.
No asombra el primer paso anticubano dado por Trump en lo que será su segundo y aciago mandato. Expansión fue la clave subyacente en su discurso de juramentación, durante el cual reflejó sus ansias dominadoras «Desde este hemisferio hasta Marte», donde aspira a plantar la bandera de Estados Unidos.
Con ello, el magnate rebasa los confines pautados en la Doctrina del Destino Manifiesto, que revalidó como expresión de su exacerbado sentimiento hegemónico.
Seguirá mirando con desprecio al Sur Global. Aunque prometió otra vez «Acabar con las guerras en curso y las que están por venir», con Trump pueden esperarse conflictos arancelarios, anunciados en el propósito de rebajar los impuestos al estadounidense común para que ese dinero lo tributen «Otros gobiernos».
México y Panamá están en la mira. Habrá más en su colimador injerencista.